domingo, 7 de enero de 2018

SEGUIR LA ESTRELLA, En. 7 '18; J. A. Pagola

Hemos visto salir su estrella.
Estamos demasiado acostumbrados al relato. Por otra parte, hoy apenas tiene nadie tiempo para detenerse y contemplar despacio las estrellas. Probablemente, no es sólo un asunto de tiempo. Pertenecemos a una época en la que es más fácil ver la oscuridad de la noche que los puntos luminosos que brillan en medio de cualquier tiniebla.
Sin embargo, no deja de ser conmovedor pensar en aquel viejo escritor cristiano que, al elaborar el relato midráshico de los Magos, los imaginó en medio de la noche, siguiendo la pequeña luz de una estrella. La narración respira la convicción profunda de los primeros creyentes después de la resurrección. En Jesús se han cumplido las palabras del profeta Isaías: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande. Habitaban en una tierra de sombras, y una luz ha brillado ante sus ojos» (Isaías 9, 1).
Sería una ingenuidad pensar que nosotros estamos viviendo una hora especialmente oscura, trágica y angustiosa. ¿No es precisamente esta oscuridad, frustración e impotencia que captamos en estos momentos, uno de los rasgos que acompañan casi siempre el caminar del hombre por la tierra?
Basta abrir las páginas de la historia. Sin duda, encontramos momentos de luz en que se anuncian grandes éxitos, se buscan grandes liberaciones, se entrevén mundos nuevos, se abren horizontes más humanos. Y luego, ¿qué viene? Revoluciones que crean nuevas esclavitudes. Logros que provocan nuevos problemas. Ideales que terminan en «soluciones a medias». Nobles luchas que acaban en «pactos mediocres». De nuevo, las tinieblas.
No es extraño que se nos diga que «ser hombre es muchas veces una experiencia de frustración» (J.I. González Faus). Pero no es ésa toda la verdad. A pesar de todos los fracasos y frustraciones, el hombre vuelve a recomponerse, vuelve a esperar, vuelve a ponerse en marcha en dirección a algo. Hay en el hombre algo que le llama una y otra vez a la vida y a la esperanza. Hay siempre una estrella que vuelve a encenderse.
Para los creyentes esa estrella conduce siempre a Cristo. El cristiano no cree en cualquier mesianismo. Y por eso, no cae tampoco en cualquier desencanto. El mundo no es «un caso desesperado». No está en completa tiniebla. El mundo no sólo está mal y tiene que cambiar. El mundo está reconciliado con Dios y puede cambiar. Dios será un día el fin del exilio y las tinieblas. Luz total. Hoy sólo lo vemos en una humilde estrella que nos guía hacia Belén. Es bueno recordarlo en los inicios del año.