Al Profesor Klaus
Schwab
Presidente Ejecutivo
del Foro Económico Mundial
Enero ‘18
Ante todo, quisiera
darle las gracias por su amable invitación a dirigirme a la convención anual
del Foro Económico Mundial, que tendrá lugar en Davos-Klosters, a finales de
enero, sobre el tema «El Dominio de la Cuarta Revolución Industrial». Le hago
presente mis mejores deseos por la fecundidad de este encuentro, que busca
incentivar la continuidad social y la responsabilidad ambiental, por medio de
un diálogo constructivo entre el gobierno, líderes empresariales y cívicos, así
como también con distinguidos representantes de los sectores políticos,
financieros y culturales.
Los albores de la así
llamada «cuarta revolución industrial» han sido acompañados por una creciente sensación
de la inevitabilidad de una drástica reducción del número de puestos de
trabajo. Los últimos estudios conducidos por la Organización Internacional del
Trabajo indican que, en la actualidad, el desempleo afecta a cientos de
millones de personas. La «financialización» y la «tecnologización» de las
economías globales y nacionales, han producido cambios de gran envergadura en
el campo del trabajo. Menos oportunidades para un empleo satisfactorio y digno,
conjugado con la reducción de la seguridad social, están causando un
inquietante aumento de desigualdad y pobreza en diferentes países. Hay una
clara necesidad de crear nuevas formas de actividad empresarial que, mientras
fomentan el desarrollo de tecnologías avanzadas, sean también capaces de utilizarlas
para crear trabajo digno para todos, sostener y consolidar los derechos
sociales y proteger el medioambiente. Es el hombre quien debe guiar el
desarrollo tecnológico, sin dejarse dominar por él.
A todos ustedes me
dirijo una vez más: ¡No se olviden de los pobres! Este es el principal desafío
que tienen ustedes, como líderes en el mundo de los negocios. «Quien tiene los
medios para vivir una vida digna, en lugar de preocuparse por sus privilegios,
debe tratar de ayudar a los más pobres para que puedan acceder también a una
condición de vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo de su
potencial humano, cultural, económico y social» (Encuentro con la Clase
Dirigente y con el Cuerpo Diplomático, Bangui, 29 noviembre 2015).
Nunca debemos permitir
que «la cultura del bienestar nos anestesie», volviéndonos incapaces de
«compadecernos ante los clamores de los otros, de no llorar ante el drama de
los demás ni de interesarnos de cuidarlos, como si todo fuera una
responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Evangelium gaudium, 54).
Llorar por la miseria
de los demás no significa sólo compartir sus sufrimientos, sino también y sobre
todo, tomar conciencia que nuestras propias acciones son una de las causas de
la injusticia y la desigualdad. «Abramos nuestros ojos para mirar las miserias
del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y
sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen
sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra
presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el
nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar
campante para esconder la hipocresía y el egoísmo» (Bula de indicción del
Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Misericordia vultus, 15).
Una vez que tomamos
conciencia de esto, llegamos a ser humanos más plenos, pues nuestra
responsabilidad para con nuestros hermanos y hermanas es una parte esencial de
nuestra humanidad común. No tengan miedo de abrir su mente y su corazón a los
pobres. De este modo, ustedes podrán dar rienda suelta a sus talentos
económicos y técnicos, y descubrir la felicidad de una vida plena, que no les
puede proporcionar el solo consumismo.
Frente a los profundos
cambios que marcan época, los líderes mundiales se enfrentan al reto de
garantizar que la futura «cuarta revolución industrial», resultado de la
robótica y de las innovaciones científicas y tecnológicas, no conduzca a la
destrucción de la persona humana —remplazada por una máquina sin alma—, o a la
transformación de nuestro planeta en un jardín vacío para el disfrute de unos
pocos elegidos.
Por el contrario, el
momento actual proporciona una valiosa oportunidad para guiar y gobernar el
proceso ahora en curso, y construir sociedades inclusivas basadas en el respeto
por la dignidad humana, la tolerancia, la compasión y la misericordia. Les
insto, pues, a afrontar de nuevo el diálogo sobre cómo construir el futuro del
planeta, «nuestra casa común», y exhorto a ustedes a hacer un esfuerzo unido
para lograr un desarrollo sostenible e integral.
Como he señalado muchas
veces, y lo reitero ahora con mucho gusto, la actividad empresarial es «una
noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos»,
especialmente «si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte
ineludible de su servicio al bien común» (Laudato si’, 129). Como tal, tiene la
responsabilidad de ayudar a superar la compleja crisis de la sociedad y del
medio ambiente, y luchar contra la pobreza. Esto hará que sea posible mejorar
la precaria condición de vida de millones de personas y cerrar la brecha que da
lugar a numerosas injusticias, que erosiona los valores fundamentales de la
sociedad, como la igualdad, la justicia y la solidaridad.
De este modo, a través
del recurso privilegiado al diálogo, el Foro Económico Mundial puede
convertirse en una plataforma para la defensa y protección de la creación, como
también para la consecución de «un progreso más sano, más humano, más social,
más integral» (Laudato si, 112), teniendo además debidamente en cuenta los
objetivos ambientales y la necesidad de maximizar los esfuerzos para erradicar
la pobreza, como se establece en el Programa para el Desarrollo Sostenible de
2030 y en el Acuerdo de París establecido en la Convención Marco de las
Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Señor Presidente,
renovando mis mejores deseos para el éxito de la próxima reunión en Davos,
invoco sobre Ud. y sobre todos los participantes en el Foro, junto con sus
familias, la abundante bendición de Dios.
Papa Francisco