Deuteronomio 1815-20;
Salmo 94; 1ª Corintios 732-35; Marcos 121-28
La liturgia continúa presentando los primeros hechos de Jesús con
los que va descubriendo quién es y cuál es su Misión.
Es notable ver cómo el evangelio
de Marcos, sin decirnos nada de su infancia, en su primer capítulo
manifiesta ya toda la fuerza y sentido de su misión entre nosotros. Él es el
enviado de Dios, de Yahvé, con todo el poder para anunciar el Reino con hechos y palabras; pues tiene que acreditarse
como el verdadero profeta, como “el Enviado”.
Llega a la Sinagoga y, sin
más, comienza a enseñar. No ha necesitado de ningún signo milagroso para
transmitir su mensaje. Es la fuerza que manifiesta, el impacto que les produce
su personalidad, la verdad de sus palabras, que inmediatamente los congregados
en la Sinagoga sienten el contraste entre la enseñanza de Jesús y la de los
escribas. En éstos, el mensaje se escucha falso; quizá la vida de ellos es
incoherente con lo que enseñan; pero no así en el de Jesús. Pocos signos ha
realizado hasta ese momento, sin embargo su predicación impacta, llega al corazón
de los oyentes de manera especial: sus palabras consuelan, animan, despiertan
una ilusión que los escribas ahogan. Y de ahí el contraste: “quedaron asombrados de sus palabras, pues
enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”.
Sin embargo, las palabras solas no bastan. En ese momento, un
endemoniado desafía a Jesús ante el asombro de todos los reunidos en la
Sinagoga. “¿Qué quieres con nosotros, Jesús
de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de
Dios”. Pero la respuesta de Jesús con todo su poder no se hace esperar. El
Evangelio nos dice que Jesús le ordenó: “¡Cállate
y sal de él!”. Entonces, en ese momento “el
espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió
de él”.
La escena es impresionante. Jesús no sólo había convencido a sus
oyentes con la predicación, sino que ahora los impacta con el poder que manifiesta:
“Todos quedaron estupefactos y se
preguntaban: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene
autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen”.
Sin decirlo explícitamente en ese momento, pero toda la escena
manifiesta cómo el Reino de Dios está llegando a su pueblo. Jesús será el
profeta de la misericordia, grande en “obras y en palabras”, como dirán
posteriormente los Hechos de los Apóstoles. La acción de Jesús y sus palabras
no tienen un contenido religioso o moralista. El Reino ha llegado, porque ya
está entre las personas el Enviado de Dios, el Mesías, con toda su autoridad;
pero, también porque ha comenzado la liberación de los oprimidos por el diablo.
Lo que haya dicho Jesús al inicio de su presencia en la Sinagoga,
no se registra; sólo se reconoce su autoridad; pero lo que hace establece ya
desde ese momento que el Mesías viene a arrebatar el poder a todos aquellos que
oprimen a los hijos de Dios. La llegada del Reino, por consiguiente, es
reconocer que Dios ha entrado en la historia a través de Jesús para liberar a
todos los oprimidos por cualquier fuerza. La lucha de Jesús contra el mal será
a muerte. Dios no quiere a nadie esclavizado por el poder del mal; y esa acción
liberadora de Jesús será el signo de la llegada del Reino; será el signo de que
lo más esencial para Dios es que los seres humanos vivan sin ninguna opresión.
Con esto se sitúa más allá de cualquier religión. Jesús no realiza la expulsión
del demonio, para que ese hombre sea mejor o cumpla las prescripciones de la
ley. Simplemente, Dios no tolera la esclavitud del ser humano, y esa liberación
es el mejor signo de que el Reino está llegando...
Su acción liberadora es contundente. A Jesús no le importa la
condición del endemoniado; no le pregunta si ha pecado; no averigua su historia
para ver por qué el demonio entró en él; no le interesa saber si es o no
culpable. Simplemente lo libera y así manifiesta claramente qué significa que
el Reino está llegando en Jesús: es el espacio en el que los hombres pueden
reincorporarse a una vida en la que se les ha devuelto su dignidad; en la que
vuelven a ser las personas que eran, pero ahora en Jesús de Nazaret.
La primera lectura alude la futura venida del Mesías. “Yo haré surgir en medio de tus hermanos un profeta como tú –Yahvé le
dice a Moisés-…; y él dirá lo que le
mande yo”. Jesús será ese profeta que hablará y hará lo que Dios, su Padre,
le pida. Y a nosotros nos toca preguntarnos qué tanto creemos en el Jesús del
Evangelio; qué tanto nuestra fe en Él se ha convertido en una experiencia
fundamente en nuestra vida; qué tanto escuchamos esas palabras que conmovieron
a la audiencia que había en la Sinagoga y estamos dispuestos a responder.
El Reino estará entre nosotros en la medida en que cada vez menos
personas estén oprimidas por el diablo, como esa fuerza del mal que tiene
esclavizados a los hijos de Dios. Y creer en Él es creer que la fuerza de Dios
es mayor que el mal que impera en el mundo y que unidos a su fuerza seremos capaces
de transformar nuestra sociedad.