La Jornada, 6 de enero del 2018
Les tomó años, pero los impulsores
del cambio de rumbo han conseguido crear en México una crisis que ahora se
reproduce a sí misma. Y ante ella, los gobiernos aparecen paralizados e
incapaces de ejercer control. Los rebasa lo explosivamente cotidiano: aumentos
en gasolina, gas, alimentos; los bajos salarios, desempleo, carencia de lugares
en la educación, inflación, corrupción rampante. Pero también el sismo y las
viviendas y escuelas, desplazamientos brutales de personas, pérdida de libertad
como país, narcotráfico, desapariciones, asesinatos para todos, especialmente
para periodistas, políticos, activistas de derechos humanos y mujeres. Y,
finalmente, en un proceso electoral que aún no comienza, se abrió ya imparable
la cuenta de la barbarie de asesinatos y graves agresiones físicas, también en
la capital, contra Claudia Sheinbaum y Ángel Bolaños de La Jornada. Una escena
general que el poeta Yeats ya describía en las horas negras de Irlanda en 1919:
las cosas se caen a pedazos, el centro ya no sostiene. La marea de sangre se ha
desatado, y en todas partes el ritual de la inocencia ha sido ahogado; los
mejores carecen de convicción y los peores rebosan de apasionada intensidad....
Muchos políticos parecen no
entender que lo que vemos resulta del hecho de que durante décadas al país y a
muchos de sus habitantes se les ha quitado, parte por parte, metódica pero
también violentamente, la convicción profunda y central, tangible, de la mayor
parte de los mexicanos de que es posible mejorar la vida propia y la de todos,
sobre todo la de los explotados y empobrecidos, sin escuela y sin trabajo. Ese
centro tenía, cierto, columnas discutibles como el corporativismo, explotación,
falta de democracia y corrupción, pero el todo se sostenía pues la perspectiva
central para los actores sociales era clara: tierra, educación, seguridad,
empleos, crecimiento económico y energía propias, orgullo de cultura y
soberanía aunque como concesiones del capitalismo nacional auspiciado por el
Estado.
Todo esto se ha venido
desmantelando y, aunque crecen también la protesta y resistencia, la crisis se
agiganta y no se piensa en crear un centro distinto, una fuerza de gravedad que
unifique y encauce. Nos asomamos entonces al vacío, a la aterradora inmensidad
de una caída aún más profunda porque también la autoridad y la legitimidad se
desmoronan. Se les castiga porque liberaron al monstruo y, como aprendices de
brujo, ahora ya no saben cómo controlarlo, pero al mismo tiempo se les reclama
su presencia y acción como urgente e indispensable. En este círculo cerrado
2018 y las elecciones atravesarán entonces por una densa neblina que no ofrece
esperanzas de resolución a fondo. Aquí puede ser importante tocar tres puntos.
El primero, que tanto electores
como candidatos no pueden ya desentenderse de la gravedad y enorme complejidad
de la problemática del país en este momento. Eso es lo central. Ya es tarde
para concebir que la salida consiste en un buen catálogo de promesas a cargo de
un puesto de autoridad deslegitimado. No funcionará, y el peligro es que sólo
contribuya a la pasividad individualizante de la relación mediante la dádiva.
Más bien se trata de incorporar a grandes segmentos sociales, sobre todo los
estratégicos y más organizados, para comenzar a definir cuáles son los
elementos constitutivos de ese nuevo centro que reorganice la vida del país.
Por supuesto, se pueden traducir en propuestas o iniciativas concretas, pero
porque tienen un valor estratégico en esa construcción. En educación, por
ejemplo, es indispensable partir de la materialización de una alternativa a la
reforma educativa, a los mecanismos de exclusión del acceso a la educación para
millones. Allí hay energía social, colectiva, un sustrato social y emocional de
movilización y demandas muy fuertes y, finalmente, toda una larga trayectoria
de análisis, iniciativas, experiencias y ejemplos funcionales.
El segundo es que, a diferencia del
primer tercio del siglo XX, en este segundo momento ya no puede construirse el
centro desde arriba y con una estructura autoritaria y corporativa; para evitar
lo que ocurrió con gobiernos progresistas latinoamericanos y con las reformas
del siglo XX en México, se requiere una amplia proliferación de instancias y
regiones de democracia, participación y autonomía, que sean el sustento y lo
que le da el sentido integral a lo que se construye. Espacios donde quepan con
sus sueños y en conjunto los pueblos originarios, maestros, estudiantes,
trabajadores, movimientos, comunidades, pueblos, barrios, colonias que den
solidez a las reformas. La fragilidad de las reformas autoritarias estriba en
el poder que da a los gobiernos para crear y luego barrer con lo construido
cuando lo consideren necesario. Es la historia de estas últimas tres décadas.
El tercero: México, solo, no puede
crear una propuesta económica satisfactoria. Necesita de un frente de naciones,
para empezar latinoamericano, que construya el poder suficiente para establecer
condiciones mínimas de sobrevivencia de países en el contexto de la
globalización económica depredadora. Es un momento internacional oportuno.
Todo esto, alcanzable, podría poner
de nuevo en ruta al país, dejar de ver al vacío y devolverle el dinamismo que
sólo surge de la convicción de vivir en la construcción de un país de todos.
*Rector de la UACM