El Vaticano ha anunciado que
estudia la posibilidad de excomulgar oficialmente de la Iglesia a aquellos
cristianos que se prestan a la corrupción o mantienen lazos con organizaciones
criminales, como la mafia, en el caso italiano. Podría tratarse de un decreto
que permita excomulgar corruptos y mafiosos acorde a los lineamientos del
magisterio de la Iglesia y la prédica pastoral que ha impulsado el papa
Francisco.
La clase política mexicana, que
entusiasta se ha venido declarado muy devota y católica, podría sufrir un serio
revés. Muchos de sus integrantes podrían ser excomulgados de la Iglesia por
actos de corrupción y asociación delictuosa. Por ejemplo, los dos ex gobernadores
Duarte, que entregaron sus gobiernos al Sagrado Corazón de Jesús, quedarían
fuera de la justicia divina de la Iglesia. ¿Cuántos políticos y empresarios han
querido legitimarse con oportunismo por el manto eclesial? Ahora pueden correr
el peligro de ser degradados y quedar bajo la pena máxima de la Iglesia, es
decir, la exclusión. ¿Qué harán todos aquellos políticos encumbrados que
desfallecían por una selfie con el papa Francisco en Palacio Nacional en
febrero de 2016? Ahora corren el riesgo de quedar fuera de la comunidad de
creyentes. No creo que les aterre, en verdad. Esa ha sido también la señal que
ha enviado el semanario de la arquidiócesis Desde la Fe a los funcionarios de
alto rango en el país, en especial a los gobernadores, sentenciando: la
corrupción tiene consecuencias morales y espirituales. Así, especialistas de la
Santa Sede analizan ya la viabilidad para aplicar la máxima de las penas a
estos políticos rapaces, a fin de sensibilizar a la sociedad de la gravedad de
sus actos: la separación del cuerpo eclesial, es decir, la excomunión a los
corruptos. ¿O es un mensaje directo para el presidente Peña Nieto? Cuando la
corrupción es norma de vida en la cúpula social se expande como un cáncer a
todo el cuerpo social y espiritual; ahí reina el cinismo que ya no tiene
límites debido a la impunidad y el sistema de protecciones que gozan los
corruptos políticos en México. Por su parte la excomunión es la pena más grave
en la Iglesia. Se refiere a la sanción más antigua, pues supone el destierro de
la comunidad de los fieles y la consecuente exclusión de los sacramentos. Una
de las excomuniones más estrepitosas en los tiempos actuales fue a los
ultraconservadores lefebvrianos en 1988, quienes se oponían al mandato del
Concilio Vaticano II. ¿Qué es la excomunión? En el nuevo catecismo, la Iglesia
lo define: Ciertos pecados particularmente graves están sancionados con la
excomunión, la pena eclesiástica más severa, que impide la recepción de los
sacramentos y el ejercicio de ciertos actos eclesiásticos, y cuya absolución,
por consiguiente, sólo puede ser concedida, según el derecho de la Iglesia, por
el Papa, por el obispo del lugar, o por sacerdotes autorizados por ellos.
A mediados de junio se celebró en
el Vaticano una cumbre internacional sobre la corrupción. Allí se planteó que
una de las responsabilidades de la Iglesia es denunciar y confrontar la
corrupción como prioridad pastoral. El cardenal Peter Turkson, de Ghana, es
quien tiene encargo de redacción del nuevo decreto en Roma y cuenta con el apoyo
del Papa. El objetivo, según se ha externado, es llegar a la elaboración de un
texto común que guiará a escala internacional y legal según la doctrina de la
Iglesia, en cuestión de la excomunión de católicos por la corrupción y la
asociación delictiva. Este tema no es nuevo.
El papa Francisco lo ha venido
sentenciado desde el inicio de su pontificado. Recordemos la excomunión tan
resonada a la mafia, 21 de junio de 2014, cuando visitó el sur de Italia. Allí
expresó que la corrupción no sólo es una cuestión de legalidad, sino de
viabilidad de nuestra civilización. En numerosas ocasiones, en las homilías
matinales que Francisco predica en la capilla de Santa Martha ha abordado el
tema. Para Bergoglio la corrupción es una perversión de la forma de vida de las
élites, que conduce a la sociedad a perder el respeto a sí misma, que fractura
el sentido de la autoridad y de la responsabilidad social. Los principales
afectados no son sólo los pobres, sino las familias de los funcionarios,
políticos, consejeros, legisladores, magistrados, administradores. “Y sus hijos
–dice– quizás educados en colegios costosos, quizás crecidos en ambientes
cultos, habían recibido de su papá, como comida, porquería, porque su papá,
llevando pan sucio a la casa, ¡había perdido la dignidad! Esto es un pecado
grave.” En el libro de 2016, cuyo título es El nombre de Dios es Misericordia,
Francisco manifiesta severas consideraciones sobre el actor corrupto. Escribe:
“Hay que hacer una diferencia entre el pecador y el corrupto. El primero reconoce
con humildad ser pecador y pide continuamente el perdón para poderse levantar,
mientras el corrupto es elevado a sistema, se convierte en un hábito mental, en
un modo de vida (…) el corrupto es quien peca, no se arrepiente y finge ser
cristiano. Con su doble vida, escandaliza”.
La clase política mexicana y
sectores empresariales están señalados por sus prácticas de corrupción y
cinismo que le otorga un sistema de impunidades y complicidades. La corrupción
política entendida como el abuso del poder público y mal uso de recursos para
beneficio de un grupo, camarilla o personal; la corrupción que frena el
desarrollo e incrementa la pobreza; no es un hábito cultural, es un ejercicio
de las élites como un mal endémico que hace metástasis en todo el sistema
político mexicano; corrupción sin freno practicada por todos los partidos. La
corrupción está detrás de la violencia, la inseguridad y la protección a
diversas formas del crimen organizado. Si bien hay un reclamo social ante este
flagelo, la propia clase política hace oídos sordos. El Papa va contra estos
nuevos fariseos seculares. Sin embargo, flota la pregunta sobre la corrupción
dentro de las propias estructuras religiosas. ¿No hay corrupción adentro?