domingo, 23 de abril de 2017

Hasta el Papa Francisco le dice ‘no’ a Temer; Eric Nepomuceno

La Jornada, 23 de abril del 2017
 En su insistente –e inútil–búsqueda por revestir su gobierno de legitimidad, Michel Temer, presidente gracias al golpe institucional del año pasado, decidió invitar al papa Francisco a realizar un viaje oficial a Brasil. Logró oír un delicado pero rotundo ‘no’.
Ignorando las buenas reglas de la diplomacia, pese al altísimo nivel del cuadro de diplomáticos de que dispone a sus órdenes, Temer decidió, sin el protocolar sondeo previo, anunciar que había invitado formalmente al papa Francisco. Algunos de sus asesores deben de haberlo convencido que recibir al pontífice en el país que se jacta de ser la mayor nación católica del mundo sería un baño insuperable de legitimidad.
Bueno: como respuesta, recibió una carta, igualmente formal, aduciendo cuestiones de agenda para no aceptar la invitación.
El problema es que el Papa no se quedó en esa excusa: agregó su tristeza y preocupación por lo que ocurre en Brasil. Mencionó expresamente la actual crisis, en la que son los más pobres los que pagan el precio más amargo para que se llegue a soluciones fáciles y superficiales. Más adelante, en la misma carta, dice el papa Francisco que la inestabilidad vivida por Brasil no es de solución sencilla, ya que tiene raíces socio-político-económicas.
Hace poco, la CNBB (Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, por la sigla en portugués) divulgó durísimo comunicado criticando medidas incluidas en las llamadas reformas de Temer, tan de agrado del empresariado y la banca. Cualquier amenaza merece inmediato repudio, dijo la CNBB con relación a derechos sociales que están, desde el golpe que destituyó a Dilma Rousseff e instaló aMichel Temer y compañía en el gobierno, bajo permanente amenaza.
Ha sido un golpe más sufrido por el presidente que, en vano, busca legitimarse. También por esos días se revelaron los resultados de los sondeos más recientes de opinión pública, y la aprobación de Michel Temer se desmoronó apenas 5 por ciento.
Y, al mismo tiempo, sondeos realizados por diferentes institutos indican que, pese a toda la masacre y persecución que enfrenta tanto del judiciario como principalmente de los medios hegemónicos de comunicación, el ex presidente Lula da Silva sigue, a millas marítimas de distancia de los demás eventuales postulantes, como el favorito absoluto para las presidenciales de 2018.
Mientras, crece en Brasil el ya violentísimo impacto de las denuncias de corrupción que ahora alcanzan no solamente al PT de Lula y Dilma, sino a todo el sistema político de por lo menos las últimas tres décadas. “Nunca hubo una campaña electoral sin ‘caja 2’, nadie jamás ha sido electo sin eso”, aseguró Emilio Odebrecht, patriarca de la mayor empresa constructora de América Latina. Por caja 2 debe entenderse dinero no declarado formalmente a la Justicia Electoral.
En la muy extensa y detallada serie de delaciones premiadas, cuando los imputados cuentan lo que saben a cambio de reducción en sus eventuales condenas, hubo mucho más. Los 78 altos ejecutivos de la Odebrecht que recurrieron al recurso de la delación premiada listaron, con detalles, las cantidades pagadas a ministros, diputados y senadores para que el gobierno enviase y el Congreso aprobase iniciativas en beneficio de las gigantes de la construcción. Miles de millones. De dólares, claro.
Importantes juristas critican el método de la delación premiada, argumentando que se trata de una clara medida de tortura sicológica: alguien es mantenido en la cárcel sin culpa comprobada (pese a las toneladas de indicios y acusaciones) por largo tiempo, sin ser conducido al juez para declarar, hasta que se decida a prestar colaboración.
Claro que toda la delación premiada exige pruebas, o el acusador tendrá su condena, en lugar de disminuida, aumentada. Y mientras, los denunciados son entregados a la furia de los medios de comunicación y de la opinión pública. Además, se mezclan historias: la caja 2 era conocida de todos, y no es considerada crimen, pero si acto ilícito sometido a la Justicia Electoral. Otra cosa, bien distinta, es la vieja, pura y clásica corrupción.
Y es en este segundo caso que se encuentran denunciados no sólo 30 por ciento del Congreso y otro tanto del ministerio de Michel Temer, pero de manera muy especial el senador Aécio Neves, candidato derrotado por Dilma Rousseff en 2014 y principal articulador, al lado del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, del golpe institucional que la destituyó.
Curiosamente, hasta ahora ni Lula da Silva y Dilma Rousseff aparecen denunciados por corrupción personal.
Por estos días el ex presidente Cardoso insinuó lo que desde la caída de Dilma es ventilado a los cuatro vientos por Lula y los partidos de izquierda en Brasil: frente a semejante caos, y considerando la ilegitimidad de Michel Temer para imponer reformas que no hacen más que retroceder conquistas y derechos mientras profundiza la inestabilidad política de un país al borde del caos, la única salida sería convocar elecciones generales.
Hasta las niñas bonitas de Oaxaca saben que es una declaración oportunista, por demorada, e inútil, por el cuadro político actual.
Si hubiese elección presidencial, Lula da Silva ganaría. Y, al fin y al cabo, todo lo que ocurre fue llevado a cabo precisamente para impedir que eso ocurriese.

Por lo visto, hasta el papa Francisco sabe de todo eso.

Domingo de Pascua; 23 de abril del 2017; Homilía José Antonio Pagola

VOLVER A GALILEA
Los evangelios han recogido el recuerdo de unas mujeres admirables que, al amanecer del sábado, se han acercado al sepulcro donde ha sido enterrado Jesús. No lo pueden olvidar. Le siguen amando más que a nadie. Mientras tanto, los varones han huido y permanecen tal vez  escondidos.
El mensaje que escuchan al llegar es de una importancia excepcional. El evangelio de Mateo dice así: «Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado, como dijo. Venid a ver el sitio donde yacía». Es un error buscar a Jesús en el mundo de la muerte. Está vivo para siempre. Nunca lo podremos encontrar donde la vida está muerta.
No lo hemos de olvidar. Si queremos encontrar a Cristo resucitado, lleno de vida y fuerza creadora, no hemos de buscarlo en una religión muerta, reducida al cumplimiento externo de preceptos y ritos rutinarios, en una fe apagada que se sostiene en tópicos y fórmulas gastadas, vacías de amor vivo a Jesús.
Entonces, ¿dónde lo podemos encontrar? Las mujeres reciben este encargo: «Id enseguida a decir a los discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”». ¿Por qué hay que volver a Galilea para ver al Resucitado? ¿Qué sentido profundo se encierra en esta invitación? ¿Qué se nos está diciendo a los cristianos de hoy?
En Galilea se escuchó, por vez primera y en toda su pureza, la Buena Noticia de Dios y el proyecto humanizador del Padre. Si no volvemos a escucharlos hoy con corazón sencillo y abierto, nos alimentaremos de doctrinas venerables, pero no conoceremos la alegría del Evangelio de Jesús, capaz de «resucitar» nuestra fe.
Además, a orillas del lago de Galilea se fue gestando la primera comunidad de Jesús. Sus seguidores viven junto a él una experiencia única. Su presencia lo llena todo. Él es el centro. Con él aprenden a vivir acogiendo, perdonando, curando la vida y despertando la confianza en el amor insondable de Dios. Si no ponemos cuanto antes a Jesús en el centro de nuestras comunidades, nunca experimentaremos su presencia en medio de nosotros.
Si volvemos a Galilea, la «presencia invisible» de Jesús resucitado adquirirá rasgos humanos al leer los relatos evangélicos, y su «presencia silenciosa» recobrará voz concreta al escuchar sus palabras de aliento.


Domingo de Pascua; 23 de abril del 2017; Homilía FFF

Hechos de los Apóstoles 242-47; Salmo 117; 1ª Carta de San Pedro 13-9; Juan 2019-31

Estamos en la octava de la Resurrección del Señor. La liturgia de estos días nos ha estado deleitando con las maravillosas y cálidas narraciones de Jesús Resucitado. De la esperanza rota a la alegría desbordada. La barca, de nuevo, llena de peces; la esperanza, inquebrantable; la Comunidad de los apóstoles dispersada por el miedo y la frustración, otra vez unida; las actitudes fundamentales de la vida de los apóstoles, retocadas por el nuevo camino de la Resurrección; las dudas disipadas; el entusiasmo y la lucha, a pesar de la persecución e incluso la muerte como la de Esteban, indestructibles.
¿Qué pasó? ¿Qué los hizo cambiar tan radicalmente “de la noche a la mañana”? Justo la experiencia de Jesús resucitado. Para el cristianismo, la causa del Reino no está desvinculada del Jesús del Reino. De alguna manera se puede decir que el Reino sin Jesús, no tenía sentido; al igual que Jesús sin el Reino tampoco. Un Reino, como la expresión sintética de una causa política aún de la mejor transformación de la humanidad en igualdad y justicia, no dejaba de ser más que un anticipo del surgimiento de mesías salvadores que más pronto que tarde se convertirían en dictadores luchando para sus propias causas y beneficios.
Pero un Jesús sin el Reino, no era más que un misticismo evasivo de los conflictos de la realidad histórica; una fuga de la necesidad permanente, diaria, de luchar contra viento y marea para conseguir la realización de la “Buena nueva” anunciada por ese mismo Jesús.
Por eso la muerte de Jesús, destruye las pequeñas esperanzas que, dentro de su torpeza y cerrazón de entendimiento –como lo muestran los discípulos de Emaús-, habían ido albergando. Sin el Maestro, todo se desmoronaba. Sin duda no habían entendido el paso que Jesús tenía que dar hasta la muerte, justo porque no podían separar ambas realidades: Jesús y el Reino. Ciertamente se habían enamorado de Jesús e incluso habían expulsado demonios y curado enfermos gracias a la fuerza que Él les había comunicado, Pero, más allá de eso, los había cautivado; literalmente se habían enamorado de Él: se fascinaban de escucharlo, lo seguían incondicionalmente, habían formado una verdadera comunidad; entre ellos no había otro líder que Jesús. Él los acompañaba, les enseñaba, les había hecho sentir la fuerza de su carácter en sus controversias con los judíos o en las denuncias a Herodes, pero también les había mostrado su ternura; sus discursos, sus palabras los arropaban –como el mismo Jesús diría ya cerca de su muerte- “como una gallina protege bajo sus alas a los pollitos”.
Pero lo más fundamental era que toda la fuerza del discurso de Jesús estaba estrictamente vinculada a que era el Hijo de Dios, a que era el Mesías, a que Dios era su Padre y el Padre de cada uno de los seres humanos: un Padre maravilloso, entrañable, que aceptaba de nuevo al Hijo Pródigo, que buscaba a la oveja perdida, que hacía llover sobre buenos y malos…
Entonces la convicción de que el Reino era posible y que valía la pena dar la vida por él, surgía de que el sustrato que sostenía el Reino era el Hijo de Dios, el Mesías. De ahí que ni por asomo, podía entrar en sus mentalidades la muerte de su Maestro. Le pasaría algo parecido a Elías; que subiría al Cielo en un carro de fuego y desde allá seguiría acompañando la implantación del Reino. A saber lo que ellos se habrían imaginado…
De ahí que ver a Jesús dominado por las fuerzas del mal que Él mismo había criticado, frente a las que se le vía como muy superior a ellas, y ser llevado a la muerte “y muerte en cruz”, era justo impensable; imposible de creer y menos de aceptar. Incluso para judíos y paganos que estaban en la crucifixión les resultaba un tanto contradictorio que alguien que hubiera resucitado a muertos, que hubiera curado incluso a leprosos –los incurables- o al que los mismos demonios se le sometieran, pudiera ser destruido.
La conclusión de todo esto para los apóstoles, era que el sueño se les había estrellado en mil pedazos. Los de Emaús lo expresan: “creíamos que Él sería el liberador de Israel”. También Jesús de alguna manera lo había anticipado: “Muerto el pastor se dispersarán las ovejas”; y así fue como pasó.
Nadie del grupo quiso tomar el liderazgo de Jesús y comenzar a organizar la resistencia, la lucha; a nadie se le ocurrió que el Reino podría continuar; que valía le pena seguir. La muerte de Jesús, mató también la vida que Él mismo había suscitado en el corazón de sus discípulos.
Ni Reino ni Jesús: todo había quedado asesinado, destruido en la Cruz, como quedó su mismo cuerpo.
Y de pronto, los rumores de las mujeres: la tumba estaba vacía; lo vieron en el camino; a la Magdalena la llamó por su nombre; los de Emaús regresan, porque había realizado la fracción del pan; se le apareció a Pedro; a los 10; hasta que terminan de creer cuando se le aparece a los 11, ya estando presente Tomás: el mismo que había sido crucificado, es el mismo que ha vuelto a la vida, pero no como Lázaro que volvió a morir, sino a la vida indestructible que en las imágenes que nos ofrecen del Resucitado unía el Cielo con la Tierra; la vida histórica con la vida eterna; aparece y desaparece; come y pasa a través de las paredes… Otra vida; otra realidad inédita en la historia del mundo; y de nuevo la esperanza, ahora sí indestructible.
Jesús no defraudó; en verdad había Resucitado; cumplió lo que había dicho. El único poder redentor que podría volver a conciliar a toda la humanidad con Dios era un amor tan grande como el de Jesús que, a pesar de la amenaza de la tortura y la muerte en cruz, se entregó hasta el fin. Ese es el amor del Hijo del Hombre que “me amó y se entregó por mí”, como dirá San Pablo, quien también afirmará que “si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe”.
El mundo requiere una lucha permanente por instaurar el Reino de Dios, el Reino que nos predicó Jesús; pero ahora la fuerza es imbatible pues los Apóstoles cuentan con la fuerza de Jesús resucitado que venció a la muerte y permanecerá vivo hasta el final de los tiempos.






domingo, 2 de abril de 2017

Matar al ruiseñor: periodistas y universitarios; Hugo Aboites*

La Jornada, 1 de abril del 2017
Matar al periodista es matar al inocente. En una pieza de literatura estadunidense, el padre regala rifles de aire comprimido a sus hijos para que aprendan a disparar, pero como sabe que comenzarán a tirar a los pájaros, aun dentro de su ánimo belicista encuentra necesario hacer una recomendación: No maten al ruiseñor, ése es inocente. Frente a las armas y la creciente colusión narco-Estado, periodistas como Miroslava Breach están indefensos. Pero, además, son radicalmente inocentes, porque de nada son culpables quienes con su oficio muestran hasta qué punto gobiernos y policías están ahora en simbiosis con los grandes corporativos de la droga, y tampoco culpables quienes tienen la calidad ética suficiente para no entrar en componendas y lisonjear a los poderosos. Son, además, indispensables, porque este escéptico y, al mismo tiempo, esperanzado país, necesita saber a fondo cuáles son las circunstancias que lo están determinando, para poder cambiar también radicalmente. Para la salud de una república que quiera crecer vigorosa, se necesita un enorme sustrato de personas bien informadas y crítica y políticamente reflexivas. Esta es una tarea de quienes no son culpables de lo que ocurre en el país, pero quieren cambiarlo.
Y es precisamente en este espacio que, como proyecto, coinciden periodistas y universitarios. El periodismo de fondo no consiste en producir notas como información descontextualizada, entretener u orientar la opinión pública, sino ofrecer desde la multiforme realidad cotidiana del país un material valiosísimo para la reflexión de los mexicanos. Y la universidad no se define como una fábrica de egresados o como la venta de investigaciones, cursos y servicios culturales, sino un espacio donde, por medio de los jóvenes y no tan jóvenes que acceden al conocimiento superior, la sociedad se vea a sí misma a través de la lente de muy distintas disciplinas y profesiones.
Frente al poder ambos grupos sociales sólo tienen la palabra, y por eso la construcción de argumentos. Pero, al mismo tiempo, en ciertos brillantes momentos que ocurren nunca se sabe cuándo, comparten el profundo poder que sólo dan el conocimiento y la cultura. Y con eso aquí y allá han tumbado gobiernos, creado instituciones y corrientes de pensamiento y abierto el paso a profundas transformaciones sociales. Con eso se puede crear una fuerza como la que ahora ha impedido que Ayotzinapa y el desgarramiento del país queden sumidos en el silencio.
En el caso de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), las palabras de apoyo de muchos precisamente en los medios; una manifestación cultural en la calle, con orquesta sinfónica, ensamble coral, grupos artísticos, y el argumento contundente de lo que acordó la Cámara de Diputados, facilitaron que la Secretaría de Educación Pública (SEP) se comprometiera firmemente a no descontar un solo peso del subsidio federal otorgado por los diputados. Esta excelente noticia permitió hacer un ofrecimiento mayor a nuestros trabajadores, evitar una huelga de pronóstico reservado y eludir, así fuera momentáneamente, una convergencia de fuerzas que, como ocurre casi constantemente, tienen en la mira a esta institución. Momentáneamente, porque todavía sigue en pie el recorte de recursos efectuado por la Asamblea Legislativa, a pesar de que pasa por alto claramente la ley que mandata que su presupuesto nunca será menor que el del año previo (Ley de la UACM, artículo 23). Legislación, por cierto, aprobada por la misma asamblea.
El descuento no sólo se mantiene, sino que, además, ahora se perfila a modo de respuesta que el rector debe ser llamado a cuentas. Aunque la explicación que da la diputada promotora es que se trata de una simple e inocente curiosidad, no deja de llamar la atención que sea ella la protagonista de una campaña constante contra la UACM y que uno de los argumentos para ir a la huelga era la supuesta existencia de un enorme subejercicio, y ahora se quiere que este tema sea retomado en la asamblea. Con el apoyo federal y del Gobierno de la ciudad, la UACM ha obtenido recursos para un ambicioso plan de obras que está por concluir, y de esos recursos se habla. ¿No se quiere que la UACM crezca? Llama la atención también que el supuesto subejercicio fue uno de los argumentos para inclinar a la huelga y ahora casualmente se pretenda insertar a la asamblea en ese mismo tema. Desde hace años, sin embargo, como todos los titulares de organismos públicos, la representación de la UACM acude a esa instancia legislativa y en mesa de trabajo responde públicamente las innumerables preguntas de los diputados. Sólo en una ocasión un organismo ha sido llamado aparte, con dedicatoria especial, y fue precisamente la UACM, a finales de 2009. En contraste con lo que sucede en la asamblea, en el ámbito federal a nuestro reclamo no se respondió enviándonos a comparecer a la Cámara de Diputados, simplemente se resolvió. Finalmente, que en el centro de educación superior del país, la Ciudad de México, el órgano legislativo que aprueba el presupuesto no respete su propia legalidad y reduzca un presupuesto envía un pésimo mensaje a los rectores y universitarios del país. ¿Qué partido asume la responsabilidad?


*Rector de la UACM

5° Dom. de Cuaresma; 2 de abril del 2017; José Antonio Pagola

ASÍ QUIERO MORIR YO
Jesús nunca oculta su cariño hacia tres hermanos que viven en Betania. Seguramente son los que le acogen en su casa siempre que sube a Jerusalén. Un día, Jesús recibe un recado: «Nuestro hermano Lázaro, tu amigo, está enfermo». Al poco tiempo Jesús se encamina hacia la pequeña aldea.
Cuando se presenta, Lázaro ha muerto ya. Al verlo llegar, María, la hermana más joven, se echa a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver llorar a su amiga y también a los judíos que la acompañan, Jesús no puede contenerse. También él «se echa a llorar» junto a ellos. La gente comenta: «¡Cómo lo quería!».
Jesús no llora solo por la muerte de un amigo muy querido. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un deseo insaciable de vivir. ¿Por qué hemos de morir? ¿Por qué la vida no es más dichosa, más larga, más segura, más vida?
El hombre de hoy, como el de todas las épocas, lleva clavada en su corazón la pregunta más inquietante y más difícil de responder: ¿qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Es inútil tratar de engañarnos. ¿Qué podemos hacer ante la muerte? ¿Rebelarnos? ¿Deprimirnos?
Sin duda, la reacción más generalizada es olvidarnos y «seguir tirando». Pero, ¿no está el ser humano llamado a vivir su vida y a vivirse a sí mismo con lucidez y responsabilidad? ¿Solo hacia nuestro final nos hemos de acercar de forma inconsciente e irresponsable, sin tomar postura alguna?
Ante el misterio último de la muerte no es posible apelar a dogmas científicos ni religiosos. No nos pueden guiar más allá de esta vida. Más honrada parece la postura del escultor Eduardo Chillida, al que en cierta ocasión le escuché decir: «De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada».
Los cristianos no sabemos de la otra vida más que los demás. También nosotros nos hemos de acercar con humildad al hecho oscuro de nuestra muerte. Pero lo hacemos con una confianza radical en la bondad del Misterio de Dios que vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin haberlo visto, amamos y al que, sin verlo aún, damos nuestra confianza.
Esta confianza no puede ser entendida desde fuera. Solo puede ser vivida por quien ha respondido, con fe sencilla, a las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?». Recientemente, Hans Küng, el teólogo católico más crítico del siglo XX, cercano ya a su final, ha dicho que, para él, morirse es «descansar en el misterio de la misericordia de Dios». Así quiero morir yo.


5° Domingo de Cuaresma; 2 de abril del 2017; Homilía FFF

Ezequiel 3712-14; Salmo 129; Romanos 88-11; Juan 111-45

Llegamos al final de la cuaresma; cinco domingos reflexionando sobre este Misterio Pascual que se aproxima ya: la muerte y resurrección del Señor. Tiempo que se nos ha ofrecido para entrar en una meditación profunda sobre el sentido de nuestras vidas; sobre el presente y el futuro. San Ignacio nos pone delante de Cristo Crucificado para preguntarnos: “¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué quiero hacer por Él?” Aquí se está jugando el sentido definitivo de nuestra existencia; pero de la existencia profunda, de lo que verdaderamente importa, de lo trascendente.
Las lecturas de este último domingo nos van ofreciendo pedagógicamente los pasos que nos llevarán a ese Misterio Pascual, a fin de poderlo comprender en la mayor profundidad que nuestro espíritu nos lo permita y, así, orientar nuestras vidas de acuerdo a lo que Dios quiere y espera de cada uno.
La primera lectura de Ezequiel reafirma la veracidad de las promesas de Dios, a pesar de la persistencia de nuestro pecado. El pecado nos ha llevado a la muerte, al destierro; el pueblo de Israel ha caído en cautividad por la desobediencia a Yahvé y a sus mandatos. Han traicionado a ese Dios que los sacó de la esclavitud de los egipcios, rompiendo la Alianza.
Sin embargo, la terca persistencia de Dios en el amor a su pueblo, nada ni nadie la puede hacer desaparecer: “Yo mismo abriré sus sepulcros –dice el Señor Dios-, los haré salir de ellos y los conduciré de nuevo a la tierra de Israel”. No importa la dimensión del pecado en que hayamos caído; la bondad y misericordia de Dios, el cariño y amor por su pueblo, lo hace ofrecer una y mil veces la oferta de salvación.
Y si hace todo eso, es para que finalmente podamos aceptar y reconocer que “Él es el Señor”. Es la gran lucha de Dios contra la incredulidad de su pueblo, el pueblo de sus entrañas. ¿Cómo hacer para que terminemos de creer absolutamente en Dios? ¿Cómo hacer para ir más allá de lo que vemos y vivimos y, justo en esa dimensión de la vida, abrirnos al misterio de Dios? Sin duda, esto es gracia; y podemos creer, porque Yahvé ha infundido su Espíritu en nuestro corazón.
Esta es la primera aseveración de las lecturas de este domingo: partimos del compromiso radical de Dios para con su pueblo. Más allá del pecado y la muerte, está el amor incondicional de Yahvé que nos arranca de ella y nos infunde su Espíritu. Ese es el dato del que parte nuestra vida de creyentes: Dios ha apostado por nosotros; y nosotros podremos creer porque su Espíritu nos habita.
San Pablo, en la segunda lectura, parte del dato de que no llevamos una vida desordenada y egoísta, porque “el Espíritu de Dios habita verdaderamente” en nosotros. Y esto es garantía de la otra vida, de la Resurrección que el mismo Cristo vivirá en su Misterio Pascual: porque Cristo vive en nosotros, “aunque nuestro cuerpo siga sujeto a la muerte por causa del pecado, nuestro espíritu vive a causa de la actividad salvadora de Dios”.
La convicción profunda de Pablo, la fe a la que nos invita, es a creer radicalmente que ya tenemos en nuestro espíritu semillas de vida eterna, de alguna forma, porque el Espíritu de Dios habita en nosotros. Definitivamente el Padre también nos dará vida a nuestros cuerpos mortales, como se la dio a Jesús por medio de la Resurrección.
Si en la primera lectura Ezequíel nos manifestaba el amor irrestricto de Dios que permanece a pesar de nuestro pecado y que sólo nos pide creer que Él es el Señor; ahora san Pablo afirma que justo el que cree en Dios, posee la vida eterna. Ambas afirmaciones lo que hacen es que caminemos con la certeza de que Dios está de nuestro lado; que no busca la muerte del pecador, sino que se convierta. La experiencia cristiana está enraizada en el amor; parte de su voluntad explícita de regalarnos la salvación: esto es justo el sentido profundo de la gracia.
Finalmente, el Evangelio de Juan en la resurrección de Lázaro, termina por confirmarnos con toda claridad que Dios ha apostado por nuestra vida y que, más allá de la muerte física, estamos llamados a vivir en la resurrección con el mismo Jesús quien fue el primero en romper la esclavitud de la muerte y en destruirla en sí mismo: la muerte no lo pudo retener.
La narración es maravillosa y nos descubre a un Jesús totalmente entrañable: ama a Marta, a Lázaro, a María; se compadece de su dolor; pero no se los quita, pues lo más importante es pasar por él, para entender y vivir la profundidad del misterio de la Salvación; para hacerles entender que “Él es la Resurrección y la vida”; llora, se estremece hasta lo más profundo de sus entrañas; y, finalmente, resucita a Lázaro y lo devuelve a sus hermanas.
En esta acción no pierde la conciencia de su misión: hacer que creamos que Él es el Mesías, el Hijo de Dios y que en Él se da la vida verdadera; la vida que ni la muerte puede retener; pues Él ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia.