domingo, 29 de enero de 2017

Entrevista al Papa Francisco; Roma 22 ENE 2017

PAPA FRANCISCO
“El peligro en tiempos de crisis es buscar un salvador que nos devuelva la identidad y nos defienda con muros”
El Pontífice dice sobre Trump: “No me gusta anticiparme a los acontecimientos. Veremos qué hace"
ANTONIO CAÑO

L'OSSERVATORE ROMANO
El viernes, a la misma hora que Donald Trump juraba su cargo en Washington, el papa Francisco concedía en el Vaticano una larga entrevista a EL PAÍS en la que pedía prudencia ante las alarmas desatadas por el nuevo presidente de Estados Unidos —“hay que ver qué hace, no podemos ser profetas de calamidades”—, aunque advertía de que, “en momentos de crisis, no funciona el discernimiento” y los pueblos buscan “salvadores” que les devuelvan la identidad “con muros y alambres”.

Durante una hora y 15 minutos, en una sencilla habitación de la Casa de Santa Marta donde vive, Jorge Mario Bergoglio, que nació en Buenos Aires hace 80 años y se encamina a su cuarto año de pontificado, aseguró que “en la Iglesia hay santos y pecadores, decentes y corruptos”, pero que lo que más le preocupa es “una Iglesia anestesiada por la mundanidad", lejana a los problemas de la gente.
Sacando a veces a pasear el humor porteño, Francisco demuestra estar al tanto no solo de lo que ocurre dentro del Vaticano, sino en la frontera sur de España o en los barrios bravos de Roma. Dice que le encantaría ir a China —“en cuanto me inviten”— y que, aunque de vez en cuando pega “patinazos”, su única revolución es la del Evangelio.
El drama de los refugiados le ha marcado —“aquel hombre lloraba y lloraba en mi hombro, con el salvavidas en la mano, porque no había logrado rescatar a una niña de cuatro años”— tanto como las visitas a las mujeres esclavizadas por las mafias de la prostitución en Italia. Aún no sabe si se morirá de Papa u optará por el camino abierto de Benedicto XVI. Admite que a veces se ha sentido utilizado por sus compatriotas argentinos y a los españoles les pide algo que parece fácil y no lo es: “Diálogo”.
Pregunta. ¿Qué queda después de casi cuatro años en el Vaticano de aquel cura callejero que llegó de Buenos Aires a Roma con el pasaje de regreso en el bolsillo?
Respuesta. Que sigue siendo callejero. Porque en cuanto puedo, salgo a la calle a saludar a la gente en las audiencias, o viajo… Mi personalidad no cambió. No digo que me lo propuse: me salió espontáneo. No, acá no hay que cambiar. Cambiar es artificial. Cambiar a los 76 años es maquillarse. Por ahí no puedo hacer todo lo que quiero, pero el alma callejera está y ustedes lo ven.
P. En los últimos días de pontificado, Benedicto XVI dijo sobre su último periodo al frente de la Iglesia: “Las aguas bajaban agitadas y Dios parecía dormido”. ¿Ha sentido usted también esta soledad? ¿La jerarquía de la Iglesia estaba dormida con respecto a los problemas nuevos y viejos de la gente?
R. Yo, dentro de la jerarquía de la Iglesia, o de los agentes pastorales de la Iglesia (obispos, curas, monjas, laicos…) le tengo más miedo a los anestesiados que a los dormidos. A aquellos que se anestesian con la mundanidad. Entonces claudican ante la mundanidad. Y eso me preocupa. Que si está todo quieto, está tranquilo, si las cosas están bien… demasiado orden. Cuando uno lee los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de San Pablo, ahí había lío, había problemas, la gente se movía. Había movimiento y había contacto con la gente. El anestesiado no tiene contacto con la gente. Está defendido de la realidad. Está anestesiado. Y hoy día hay tantas maneras de anestesiarse de la vida cotidiana, ¿no? Y quizás la enfermedad más peligrosa que puede tener un pastor proviene de la anestesia, y es el clericalismo. Yo acá y la gente allá. ¡Vos sos pastor de esa gente! Si vos no cuidás de esa gente, y te dejás cuidar de esa gente, cerrá la puerta y jubílate.
P. ¿Y hay una parte de la Iglesia anestesiada?
R. Todos tenemos peligros. Es un peligro, es una tentación seria. Es más fácil estar anestesiado.
P. Se vive mejor, se vive más cómodo.
R. Por eso, más que los dormidos, hay esta anestesia que da el espíritu de la mundanidad. De la mundanidad espiritual. En esto, a mí me llama la atención que Jesús en la última cena, cuando hace esa larga oración al padre por los discípulos no les pide “mirá, cuidalos del quinto mandamiento, que no maten, del séptimo mandamiento, que no roben”. No. Cuidalos de la mundanidad; cuidalos del mundo. Lo que anestesia es el espíritu del mundo. Y entonces el pastor se convierte en un funcionario. Y eso es el clericalismo, que a mi juicio es el peor mal que puede tener hoy la Iglesia.
P. Aquellos problemas que tuvo Benedicto XVI al final de su pontificado y que estaban en aquella caja blanca que le entregó en Castel Gandolfo. ¿Qué había allí dentro?
R. La normalidad de la vida de la Iglesia: santos y pecadores, decentes y corruptos. ¡Estaba todo ahí! Había gente que había sido interrogada y está limpia, trabajadores… Porque aquí en la Curia hay santos, ¿eh? Hay santos. Eso me gusta decirlo. Porque se habla con facilidad de la corrupción de la Curia. Hay gente corrupta en la Curia. Pero muchos santos. Hombres que han pasado toda su vida sirviendo a la gente de manera anónima, detrás de un escritorio, o en un diálogo, o en un estudio para lograr... O sea, ahí adentro hay santos y pecadores. A mí ese día lo que más me impresionó es la memoria del santo Benedicto. Que me dijo: “Mirá, acá están las actas, en la caja. Acá está la sentencia, de todos los personajes”. Y acá “fulano, tanto”. ¡Todo en la cabeza! Una memoria extraordinaria. Y la conserva, la conserva.
P. ¿Se encuentra bien de salud [Benedicto XVI]?
R. De acá para arriba, perfecto. El problema son las piernas. Camina con ayuda. Tiene una memoria de elefante, hasta en los matices. Por ahí yo digo una cosa, y me responde: “No es ese año, fue en tal año”.
P. ¿Cuáles son sus mayores preocupaciones con respecto a la Iglesia y en general con la situación mundial?
R. Con respecto a la Iglesia, yo diría que la Iglesia no deje de ser cercana. O sea, que procure ser continuamente cercana a la gente. La cercanía. Una Iglesia que no es cercana no es Iglesia. Es una buena ONG. O una buena organización piadosa de gente buena que hace beneficencia, se reúne para tomar el té y hacer beneficencia… Pero lo que a la Iglesia la identifica es la cercanía: ser hermanos cercanos. Porque Iglesia somos todos. Entonces, el problema que siempre hay que evitar en la Iglesia es que no haya cercanía. Ser cercanos todos. Cercanía es tocar, tocar en el prójimo la carne de Cristo. Es curioso, cuando Cristo nos dice el protocolo con el cual vamos a ser juzgados, que es el capítulo 25 de Mateo, es siempre tocar al prójimo: "Tuve hambre, estuve preso, estuve enfermo…". Siempre la cercanía a la necesidad del prójimo. Que no es solo la beneficencia. Es mucho más. Después, en el mundo, es la guerra. Estamos en la Tercera Guerra Mundial en pedacitos. Y últimamente ya se está hablando de posible guerra nuclear como si fuera un juego de baraja: se juega a las cartas… Y eso es lo que más me preocupa. Me preocupa del mundo la desproporción económica: que un pequeño grupo de la humanidad tenga más del 80% de la fortuna, con lo que esto significa en la economía líquida, donde al centro del sistema económico está el dios dinero y no el hombre y la mujer, ¡el humano! Entonces se crea esa cultura del descarte.
Mi personalidad no cambió. Cambiar a los 76 años es maquillarse. No puedo hacer todo lo que quiero, pero el alma callejera está y ustedes lo ven.
P. Respecto a los problemas del mundo que mencionaba, precisamente a esta hora está tomando posesión como presidente de EE UU Donald Trump. Y el mundo está bastante en tensión por ese hecho. ¿A usted qué consideración le merece?
R. Ver qué pasa. Pero asustarme o alegrarme por lo que pueda suceder, en eso creo que podemos caer en una gran imprudencia. En ser profetas o de calamidades o de bienestares que no se van a dar, ni una ni otra. Se verá. Veremos lo que hace y ahí se evalúa. Siempre lo concreto. El cristianismo, o es concreto o no es cristianismo. Es curioso: la primera herejía de la Iglesia fue apenas muerto Cristo. La herejía de los gnósticos, que el apóstol Juan la condena. Y era la religiosidad de spray, de lo no concreto. Sí, yo, sí, la espiritualidad, la ley… pero todo spray. No, no. Cosas concretas. Y de lo concreto sacamos las consecuencias. Nosotros perdemos mucho el sentido de lo concreto. A mí me decía el otro día un pensador que este mundo está tan desordenado que le falta un punto fijo. Y es precisamente lo concreto lo que te da los puntos fijos. Qué hiciste, qué decidiste, cómo te movés. Por eso yo frente a eso espero y veo.
P. ¿No le preocupa lo que ha escuchado hasta ahora?
R. Espero. Dios me esperó a mí tanto tiempo, con todos mis pecados…
 El Papa en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, en mayo de 2014.
P. Para los sectores más tradicionales de la Iglesia, cualquier cambio, aunque solo sea en el lenguaje, es una traición. Para el otro extremo, incluso los que nunca comulgarán con la fe católica, nada será suficiente. Según ha dicho usted, todo estaba ya escrito en la esencia del Cristianismo. ¿Se trata entonces de una revolución de la normalidad?
R. Yo procuro, no sé si lo logro, hacer lo que manda el Evangelio. Eso es lo que procuro. Soy pecador y no siempre lo logro, pero eso es lo que procuro. Es curioso: la historia de la Iglesia no la llevaron adelante los teólogos, ni los curas, las monjas, los obispos… sí, en parte sí, pero los verdaderos protagonistas de la historia de la Iglesia son los santos. O sea, aquellos hombres y mujeres que se quemaron la vida para que el Evangelio fuera concreto. Y esos son los que nos han salvado: los santos. A veces pensamos en los santos como una monjita que mira para arriba y le dan vuelta los ojos. ¡Los santos son los concretos del Evangelio en la vida diaria! Y la teología que uno saca de la vida de un santo es muy grande. Evidentemente que los teólogos, los pastores, son necesarios. Y es parte de la Iglesia. Pero ir a eso: el Evangelio. ¿Y quiénes son los mejores portadores del Evangelio? Los santos. Usted utilizó la palabra “revolución”. ¡Eso es revolución! Yo no soy santo. No estoy haciendo ninguna revolución. Estoy tratando de que el Evangelio vaya adelante. Pero imperfectamente, porque pego patinazos a veces.
P. ¿No cree que entre muchos católicos puede existir algo así como el síndrome del hermano del hijo pródigo, que piensan que presta más atención a los que se fueron que a los que permanecieron dentro observando los mandamientos de la Iglesia? En uno de los viajes que un periodista alemán le preguntó por qué no hablaba nunca de la clase media, de aquellos que pagan impuestos…
R. Hay ahí dos preguntas. El síndrome del hijo mayor: es verdad que los que están cómodos en una estructura de Iglesia que no les compromete mucho, o que tienen posturas que los defienden del contacto, se van a sentir incómodos con cualquier cambio, con cualquier propuesta del Evangelio. A mí me gusta pensar mucho en el dueño del hotel al que el samaritano llevó a ese hombre al que los ladrones lo habían molido a palos después de robarlo en el camino. El dueño del hotel sabía la historia, se la contó el samaritano: había pasado un cura, miró, llegaba tarde a la misa y lo dejó tirado en el camino, no quería mancharse con la sangre porque eso le impedía celebrar según la ley. Pasó el abogado, el levita, vio y dijo: “Uy, yo no me meto acá, el tiempo que voy a perder, mañana en los tribunales haré de testigo y… No, no, mejor no te metas”. Parecía nacido en Buenos Aires, y dio la vuelta así, que es el lema de los porteños: “No te metas”. Y pasa este, que no es judío, que es un pagano, que es un pecador, considerado como de lo peorcito: se conmueve y lo levanta. El estupor que tuvo ese hotelero es enorme, porque vio algo inusual. Pero la novedad del Evangelio crea estupor porque es esencialmente escandalosa. San Pablo nos habla del escándalo de la cruz, del escándalo del Hijo de Dios hecho hombre. El escándalo bueno, porque también Jesús condena el escándalo contra los niños. Pero la esencia evangélica es escandalosa para los parámetros de la época. Para cualquier parámetro mundano, la esencia es escandalosa. Así que el síndrome del hijo mayor es un poco el síndrome del que ya está acomodado en la Iglesia, del que de alguna manera tiene todo claro, todo fijo lo que hay que hacer y que no me vengan a predicar una cosa extraña. Así se explican nuestros mártires: dieron su vida por predicar algo que molestaba. Esa es la primera pregunta. La segunda: yo no le quise contestar ahí a un periodista alemán, sino que le dije: lo voy a pensar, tiene algo de razón usted… Yo continuamente estoy hablando de la clase media sin mencionarla. Uso una palabra de Joseph Malègue, un novelista francés: él habla de "la clase media de la santidad". Yo estoy hablando continuamente de los padres de familia, de los abuelos, los enfermeros, las enfermeras, la gente que vive para los demás, que cría a los hijos, que trabaja… ¡La santidad de esa gente es enorme! Y es también la que lleva adelante la Iglesia: la gente que vive de su trabajo con dignidad, que cría a sus hijos, que entierra a sus muertos, que cuida a los abuelos, que no los encierra en un geriátrico, esa es nuestra santa clase media. Desde el punto de vista económico, hoy día la clase media tiende a desaparecer, obviamente, cada vez más, y se puede correr el riesgo de refugiarse en las cuevas ideológicas. Pero esta “clase media de la santidad”: el papá, la mamá que celebran su familia, con sus pecados y sus virtudes, el abuelo y la abuela. La familia. En el centro. Esa es la “clase media de la santidad”. Malègue tuvo una gran intuición ahí, y llega a decir una frase que puede impresionar. En una de sus novelas, en la novela Augustine, cuando en un diálogo un ateo no creyente le dice: “Pero, ¿usted cree que Cristo es Dios?” Y le plantea el problema: ¿Cree que el Nazareno es Dios? “Para mí no es un problema —le contesta el protagonista de la novela—, el problema para mí hubiera sido que Dios no se hubiera hecho Cristo”. Esa es “la clase media de la santidad".
P. Hablaba usted de las cuevas ideológicas. ¿A qué se refiere? ¿Qué es lo que le preocupa sobre ese aspecto?
Una Iglesia que no es cercana no es Iglesia. Es una buena ONG.
En el centro del sistema económico está el dios dinero y no el hombre y la mujer.
R. No es que me preocupe. Señalo una realidad. Uno siempre está más cómodo en el sistema ideológico que se armó, porque es abstracto.
P. ¿Eso se ha exacerbado, se ha potenciado en los últimos años?
R. Siempre lo hubo, siempre. No diría que se exacerbó, porque hay mucha desilusión con eso también. Creo que había más en el tiempo previo a la Segunda Guerra Mundial. Digo. No lo pensé mucho. Estoy recogiendo un poco… Siempre en el restorán de la vida te ofrecen platos de ideología. Siempre. Uno puede refugiarse en eso. Son refugios, que te impiden tocar la realidad.
P. Santo Padre, durante estos años en los viajes lo hemos visto emocionarse y emocionar a muchos de los que escuchaban sus palabras… Por ejemplo, en tres ocasiones muy especiales: en Lampedusa, cuando se preguntó si habíamos llorado con las mujeres que pierden a sus hijos; en Cerdeña, cuando habló del mundo del trabajo y del sistema financiero mundial; en Filipinas, con el drama de los niños explotados. Dos preguntas: ¿qué puede hacer la Iglesia, qué se está haciendo, y cómo están actuando los gobiernos ante esto?
R. El símbolo que propuse en la nueva oficina de Migraciones —en el nuevo esquema, el departamento de Migraciones y Refugiados, lo asumí yo directamente con dos subsecretarios— es un salvavidas anaranjado, como los que todos conocemos. En una audiencia general vino un grupo de los que trabajan en el salvamento de los refugiados en el Mediterráneo. Yo iba saludando, y este hombre agarró eso que tenía en la mano y se me puso a llorar, y se me puso en el hombro y lloraba y lloraba: “No pude, no llegué, no pude”. Y cuando se calmó un poco me dijo: “No tenía más de cuatro años la nena. Y se me fue abajo. Se lo doy a usted”. Y esto es un símbolo de la tragedia que hoy estamos viviendo. Sí.
P. ¿Están los gobiernos respondiendo a la altura?
R. Cada cual hace lo que puede o lo que quiere. Es un juicio muy difícil de dar. Pero obviamente, que el Mediterráneo se haya convertido en un cementerio nos tiene que hacer pensar.
P.. ¿Siente que su mensaje, su viaje hacia las periferias, hacia los que sufren y están perdidos, es acogido, acompañado por una maquinaria tal vez acostumbrada a caminar otro ritmo? ¿Siente usted que va a un ritmo y la Iglesia a otro? ¿Se siente acompañado?
R. Yo creo que no es así, y gracias a Dios la respuesta en general es buena. Es muy buena. Por ejemplo, cuando yo pedí a las parroquias de Roma y a los colegios, hubo quien dijo: “eso fue un fracaso”… ¡Mentira! ¡No fue nada de fracaso! Un alto porcentaje de las parroquias de Roma, cuando no tenían una casa grande a disposición o la canónica era chica, qué sé yo, pues los fieles alquilan un departamento para una familia inmigrante. En los colegios de monjas, las veces que sobraba lugar, han hecho un espacio para familias migrantes… La respuesta es más de lo que se cree, no se publicita. El Vaticano tiene dos parroquias y cada parroquia tiene una familia inmigrante. Un departamento del Vaticano para una familia, otro para otra. Se ha respondido continuamente. El 100% no. Qué porcentaje, no lo sé. Pero yo diría que el 50%. Después viene el problema de la integración. Cada inmigrante es un problema muy serio. Ellos huyen de su país. Por hambre o por guerra. Entonces, la solución se tiene que buscar allá. Por hambre o por guerra, son explotados. Pienso en África: África es el símbolo de la explotación. Incluso al darle la independencia algún país les dio la independencia del suelo para arriba, pero se reservó el subsuelo. O sea que son siempre usados y esclavizados… Entonces, la política de acogida tiene varias etapas. Hay una acogida de emergencia: vos tenés que recibirlo, y tenés que recibirlo porque si no, se ahoga. En eso Italia y Grecia han dado un ejemplo, un ejemplo muy grande. Italia, incluso ahora, con los problemas que está teniendo con el terremoto y todas estas cosas se sigue preocupando de ellos. Los reciben. Claro, llegan a Italia porque es lo más cercano que tienen. Creo que a España llegan de Ceuta también. Pero generalmente no quieren quedarse en España, la mayoría quiere ir al norte, porque buscan más posibilidades.
P. Pero en España hay un muro con Ceuta y Melilla, no pueden pasar.
R. Sí, sí, lo sé. Y quieren ir al norte. Entonces, el problema es: recibirlos sí, más o menos un par de meses, acomodarlos. Pero hay que empezar un proceso de integración. Acoger e integrar. Y el modelo mundial que va a la cabeza es Suecia. Suecia tiene nueve millones de habitantes. 890.000 habitantes de esos nueve millones son nuevos suecos, hijos de migrantes o migrantes con ciudadanía sueca. La ministra de exteriores —creo que era la que me fue a despedir—, una chica joven: era hija de madre sueca y padre de Gabón. Migrantes. Integrados. El problema es integrar. En cambio, cuando no hay integración se crean guetos, y no le echo la culpa a nadie, pero de hecho hay guetos. Que quizás en aquel momento no se dieron cuenta. Pero los chicos que hicieron el desastre en [el aeropuerto de] Zaventem eran belgas, nacieron en Bélgica. Pero vivían en un barrio cerrado de inmigrantes. O sea, es clave el segundo capítulo: la integración. Hasta el punto de que ¿cuál es el gran problema de Suecia ahora? ¡No es que no vengan los migrantes, no! ¡No estamos dando abasto en los programas de integración! ¡Se plantean qué más puedo hacer para que venga la gente! Es impresionante. Para mí es un modelo mundial. Y esto no es nuevo. Lo dije de entrada, después de Lampedusa… Yo conocía el problema de Suecia por los argentinos, uruguayos, chilenos, que en la época de la dictadura militar fueron acogidos allá, porque tengo amigos allá, y refugiados. Claro, después llegas a Suecia y te tratan ahí con organización médica y todo, papeles, y te dan un permiso para vivir… Y ya tenés una casa, y a la semana tenés la escuela para aprender el idioma, y un poquito de trabajo, y hacia delante. En eso San Egidio acá en Italia es un modelo. Los que vinieron conmigo en el avión de Lesbos, que después vinieron nueve más. Son 22 los que se hizo cargo el Vaticano, y nos estamos haciendo cargo de ellos, y lentamente se van independizando. Al segundo día los chicos iban al colegio. ¡Al segundo día! Y los padres lentamente ubicados, en un departamento, trabajo acá, medio trabajo allá... Profesores para el idioma… San Egidio tiene esa misma postura. O sea, el problema es entonces: salvamento urgente sí, ahí todos. Segundo: recibir, acoger lo mejor posible. Después, integrar. Integrar.
P. Ya hace 50 años de casi todo. Del Concilio Vaticano II, del viaje de Pablo VI y el abrazo con el patriarca Atenágoras en Tierra Santa. Hay quienes sostienen que para entenderlo a usted conviene conocer a Pablo VI. Él fue hasta cierto punto el papa incomprendido. ¿Se siente también un poco así, un Papa incómodo?
R. No. No. Yo creo que por mis pecados debería ser más incomprendido. El mártir de la incomprensión fue Pablo VI. Evangelii gaudium, que es el marco de la pastoralidad que yo quiero dar a la Iglesia ahora, es una actualización de la Evangelii nuntiandi de Pablo VI. Es un hombre que se adelantó a la historia. Y sufrió, sufrió mucho. Fue un mártir. Y muchas cosas no las pudo hacer, porque como era realista sabía que no podía y sufría, pero ofrecía ese sufrimiento. Y lo que pudo hacer lo hizo. Y qué es lo que mejor hizo Pablo VI: sembrar. Sembró cosas que después la historia fue recogiendo. Evangelii gaudium es una mezcla de Evangelii nuntiandi y el documento de Aparecida. Cosas que se fueron trabajando desde abajo. El Evangelii nuntiandi es el mejor documento pastoral postconciliar y no ha perdido actualidad. Yo no me siento incomprendido. Me siento acompañado, y acompañado por todo tipo de gente, jóvenes, viejos… Sí, alguno por ahí no está de acuerdo, y tiene derecho, porque si yo me sintiera mal porque alguien no está de acuerdo habría en mi actitud un germen de dictador. Tienen derecho a no estar de acuerdo. Tienen derecho a pensar que el camino es peligroso, que puede dar malos resultados, que… tienen derecho. Pero siempre que lo dialoguen, no que tiren la piedra y escondan la mano, eso no. A eso no tiene derecho ninguna persona humana. Tirar la piedra y esconder la mano no es humano, eso es delincuencia. Todos tienen derecho a discutir, y ojalá discutiéramos más porque eso nos pule, nos hermana. La discusión hermana mucho. La discusión con buena sangre, no con la calumnia y todo eso…
P. ¿Incómodo con el poder tampoco se siente?
R. Es que el poder no lo tengo yo. El poder es compartido. El poder es cuando se toman las decisiones pensadas, dialogadas, rezadas, la oración a mí me ayuda mucho, y me sostiene mucho. A mí no me incomoda el poder. Me incomodan ciertos protocolos, pero es porque yo soy así, callejero.
 El papa bebe mate durante una audiencia en Roma el 31 de agosto de 2016
El papa bebe mate durante una audiencia en Roma el 31 de agosto de 2016 STEFANO SPAZIANI
P. Lleva 25 años sin ver la televisión y según tengo entendido los periodistas nunca fueron santo de su devoción, pero se ha reinventado todo el sistema de comunicación del Vaticano, profesionalizando y elevándolo incluso a la categoría de dicasterio. ¿Tanta importancia tienen para el Papa los medios de comunicación? ¿Este interés es porque cree que existe una amenaza a la libertad de prensa? Y las redes sociales, ¿pueden causar un perjuicio a la libertad del individuo?
R. Yo no veo televisión simplemente porque en un momento sentí que Dios me pidió eso; un 16 de julio del 90 hice esa promesa, y no me falta. Solamente fui al centro televisivo que estaba al lado del arzobispado a ver una o dos películas que me interesaban, que me podían servir para el mensaje. Y eso que a mí el cine me gustaba mucho y había estudiado bastante cine, sobre todo el de la posguerra italiano, el realismo italiano, y el polaco Wajda, Kurosawa, algunos franceses... Pero no ver televisión no me quitó comunicarme. No ver la televisión fue una opción personal, nada más. Pero la comunicación es divina. Dios se comunica. Dios se comunicó con nosotros a través de la historia. Dios no quedó aislado. Es un Dios que se comunica, y nos habló, y nos acompañó, y nos retó, y nos hizo cambiar de ruta, y nos sigue acompañando. No se puede entender la teología católica sin la comunicación de Dios. Dios no está estático allá y mira a ver cómo se divierten los hombres o cómo se destruyen. Dios se involucró, y se involucró comunicándose con la palabra y con su carne. O sea que yo parto de ahí. Le tengo un poco de miedo cuando los medios de comunicación no pueden expresarse con la ética que les es propia. Por ejemplo, hay modos de comunicarse que no ayudan, que desayudan a la unidad. Pongo un ejemplo sencillo. Una familia que está cenando y no hablan, o miran la televisión o los chicos están con su teléfono mandando mensajes a otros que están fuera. Cuando la comunicación pierde lo carnal, lo humano, y se vuelve líquida, es peligrosa. Que se comunique en familia, y se comunique la gente, y también de la otra manera, es muy importante. El mundo virtual de comunicación es riquísimo, pero corres el riesgo si no vives una comunicación humana, normal, ¡de tocar! Lo concreto de la comunicación es lo que va a hacer que lo virtual de la comunicación vaya por buen camino. O sea, lo concreto es innegociable en todo. No somos ángeles, somos personas de lo concreto. La comunicación es clave y tiene que ir adelante. Hay peligros como en todas las cosas. Hay que ajustarlos, pero la comunicación es divina. Y hay defectos. Yo he hablado de los pecados de la comunicación, en una conferencia en ADEPA, en Buenos Aires, la asociación que agrupa a los editores de Argentina. Y los presidentes me invitaron a una cena donde tuve que dar la conferencia esta. Ahí marqué los pecados de la comunicación, y les dije: no caigan en esto, porque lo que ustedes tienen en sus manos en un gran tesoro. Hoy en día comunicarse es divino, siempre fue divino porque Dios se comunica, y es humano, porque Dios se comunicó humanamente. Así que funcionalmente hay un dicasterio, obviamente, para dar cauce a todo esto. Pero es una cosa funcional el dicasterio. No es porque es importante hoy comunicarse, no. ¡Porque es esencial a la persona humana la comunicación, porque también es esencial a Dios!
P. La maquinaria diplomática del Vaticano funciona a pleno rendimiento. Tanto Barack Obama como Raúl Castro agradecieron públicamente su labor en el acercamiento. Hay sin embargo otros casos como el de Venezuela, Colombia o el de Oriente Próximo que siguen bloqueados. En el primer caso, incluso, las partes critican la mediación. ¿Teme que la imagen del Vaticano se resienta? ¿Cuáles son sus instrucciones en estos casos?
R. Yo le pido al Señor la gracia de no tomar ninguna medida por imagen. Sino por honestidad, por servicio, esos son los criterios. Maquillarse un poco no creo que haga bien. Que a veces se pueden cometer errores, se va a resentir la imagen, bueno, eso es una consecuencia, pero uno lo hizo con buena voluntad. Luego la historia juzgará las cosas. Y después hay un principio, que para mí es claro, que es el que tiene que regir en toda la acción pastoral pero también en la diplomacia vaticana: mediadores, no intermediarios. O sea, hacer puentes, y no muros. ¿Cuál es la diferencia entre el mediador y el intermediario? El intermediario es el que tiene por ejemplo una oficina de compra y venta de inmuebles, busca quién quiere vender una casa y quién quiere comprar una casa, se ponen de acuerdo, cobra la comisión, hizo un buen servicio, pero gana siempre algo, y tiene derecho porque es su trabajo. El mediador es aquel que se pone al servicio de las partes y hace que ganen las partes aunque él pierda. La diplomacia vaticana tiene que ser mediadora, no intermediaria. Si, a lo largo de la historia, la diplomacia vaticana hizo una maniobra o un encuentro y se llenó el bolsillo, pues cometió un pecado muy grave, gravísimo. El mediador hace puentes, que no son para él, son para que caminen los otros. Y no cobra peaje. Hizo el puente y se fue. Para mí esa es la imagen de la diplomacia vaticana. Mediadores y no intermediarios. Hacedores de puentes.
P. ¿Esa diplomacia vaticana se puede extender a China pronto?
R. De hecho, hay una comisión que hace años está trabajando con China y que se reúne cada tres meses, una vez aquí y otra en Pekín. Y hay mucho diálogo con China. China tiene siempre ese halo de misterio que es fascinante. Hace dos o tres meses, con la exposición del museo vaticano en Pekín, estaban felices. Y ellos vienen el año que viene acá al Vaticano con sus cosas, sus museos.
P. ¿Y va a ir pronto a China?
R. Yo, cuando me inviten. Lo saben ellos. Además, en China las iglesias están llenas. Se puede practicar la religión en China.
P. Tanto en Europa como en América, las consecuencias de una crisis que no acaba, el aumento de la desigualdad, la ausencia de liderazgos sólidos están dando paso a formaciones políticas que están recogiendo el malestar de los ciudadanos. Algunas de ellas –las que se dan en llamar antisistema o populistas— aprovechan el miedo de la ciudadanía a un futuro incierto para construir un mensaje de xenofobia, de odio hacia el extranjero. El caso de Trump es el más llamativo, pero ahí están también los casos de Austria e incluso Suiza. ¿Está preocupado por este fenómeno?
R. Es lo que llaman los populismos. Que es una palabra equívoca porque en América Latina el populismo tiene otro significado. Allí significa el protagonismo de los pueblos, por ejemplo los movimientos populares. Se organizan entre ellos… es otra cosa. Cuando oía populismo acá no entendía mucho, me perdía hasta que me di cuenta de que eran significados distintos según los lugares. Claro, las crisis provocan miedos, alertas. Para mí el ejemplo más típico de los populismos en el sentido europeo de la palabra es el 33 alemán. Después de [Paul von] Hindenburg, la crisis del 30, Alemania destrozada, busca levantarse, busca su identidad, busca un líder, alguien que le devuelva la identidad y hay un muchachito que se llama Adolf Hitler y dice “yo puedo, yo puedo”. Y toda Alemania vota a Hitler. Hitler no robó el poder, fue votado por su pueblo, y después destruyó a su pueblo. Ese es el peligro. En momentos de crisis, no funciona el discernimiento y para mí es una referencia continua. Busquemos un salvador que nos devuelva la identidad y defendámonos con muros, con alambres, con lo que sea, de los otros pueblos que nos puedan quitar la identidad. Y eso es muy grave. Por eso siempre procuro decir: dialoguen entre ustedes, dialoguen entre ustedes. Pero el caso de Alemania en el 33 es típico, un pueblo que estaba en esa crisis, que buscó su identidad y apareció este líder carismático que prometió darles una identidad, y les dio una identidad distorsionada y ya sabemos lo que pasó. ¿Las fronteras pueden ser controladas? Sí, cada país tiene derecho a controlar sus fronteras, quién entra y quién sale, y los países que están en peligro –de terrorismo o cosas por el estilo-- tienen más derecho a controlarlas más, pero ningún país tiene derecho a privar a sus ciudadanos del diálogo con sus vecinos.
 Visita de Barack Obama a Francisco en Roma el 27 de marzo de 2014.
P. ¿Y observa, Santo Padre, signos en la Europa de hoy similares a los de esa Alemania del 33?
R. No soy un técnico en eso, pero sobre la Europa de hoy me remito a los tres discursos que di. Los dos de Estrasburgo y el tercero cuando el premio Carlomagno, que fue el único premio que acepté porque insistieron mucho por el momento que vivía Europa, y como servicio lo acepté. Esos tres discursos dicen lo que yo pienso sobre Europa.
P. ¿Es la corrupción el peor pecado de nuestro tiempo?
R. Es un gran pecado. Pero creo que no debemos atribuirnos la exclusividad en la Historia. Siempre ha existido corrupción. Siempre. Acá. Si uno lee la historia de los papas se encuentra con cada escándalo... Por nombrar mi casa, sin meterme en la del vecino. Tengo varios ejemplos de países vecinos donde hubo corrupción en la historia, pero me quedo con los míos. Acá hubo corrupción. Pesadita, eh. Basta pensar en el Papa Alejandro VI, en esa época, y doña Lucrecia con sus “tecitos” [envenenados].
P. ¿Qué le llega de España? ¿Qué le llega en cuanto a la recepción que en España tiene su mensaje, su misión, su trabajo…?
R. Hoy de España me acaban de llegar unos polvorones y un turrón de Jijona que los tengo ahí para convidar a los muchachos.
P. España es un país donde el debate sobre laicidad y religiosidad es un debate que todavía está vivo, como usted sabe…
R. Está vivo, muy vivo…
P. ¿Y qué opina de eso? ¿Puede el proceso de laicidad acabar dejando a la Iglesia católica en una situación marginal?
R. Diálogo. Es el consejo que doy a cualquier país. Por favor, diálogo. Como hermanos, si se animan, o al menos como civilizados. No se insulten. No se condenen antes de dialogar. Si después del diálogo quieren insultarse, bueno, pero por lo menos dialogar. Si después del diálogo se quieren condenar, bueno… Pero primero diálogo. Hoy día, con el desarrollo humano que hay, no se puede concebir una política sin diálogo. Y eso vale para España y para todos. Así que si usted me pide un consejo para los españoles, dialoguen. Si hay problemas, dialoguen primero.
P. Desde Latinoamérica, lógicamente, se siguen sus palabras y sus decisiones con especial atención: ¿Cómo ve el continente? ¿Cómo ve su tierra?
R. El problema es que Latinoamérica está sufriendo los efectos —que marqué mucho en la Laudato si’ — de un sistema económico en cuyo centro está el dios dinero, y entonces se cae en las políticas de exclusión muy grande. Y se sufre mucho. Y, evidentemente, hoy día Latinoamérica está sufriendo un fuerte embate de liberalismo económico fuerte, de ese que yo condeno en Evangelii gaudium cuando digo que “esta economía mata”. Mata de hambre, mata de falta de cultura. La emigración no es solo de África a Lampedusa o a Lesbos. La emigración es también desde Panamá a la frontera de México con EE UU. La gente emigra buscando. Porque los sistemas liberales no dan posibilidades de trabajo y favorecen delincuencias. En Latinoamérica está el problema de los cárteles de la droga, que sí, existen, porque esa droga se consume en EE UU y en Europa. La fabrican para acá, para los ricos, y pierden la vida en eso. Y están los que se prestan a eso. En nuestra patria tenemos una palabra para calificarlos: los cipayos. Es una palabra clásica, literaria, que está en nuestro poema nacional. El cipayo es aquel que vende la patria a la potencia extranjera que le pueda dar más beneficio. Y en nuestra historia argentina, por ejemplo, siempre hay algún político cipayo. O alguna postura política cipaya. Siempre la ha habido en la historia. Así que Latinoamérica tiene que rearmarse con formaciones de políticos que realmente den a Latinoamérica la fuerza de los pueblos. Para mí el ejemplo más grande es el de Paraguay de posguerra. Pierde la guerra de la triple alianza y prácticamente el país queda en manos de las mujeres. Y la mujer paraguaya siente que tiene que levantar el país, defender la fe, defender su cultura y defender su lengua, y lo logró. La mujer paraguaya no es cipaya, defendió lo suyo. A costa de lo que fuera, pero lo defendió, y repobló el país. Para mí es la mujer más gloriosa de América. Ahí tiene un caso de una actitud que no se entregó. Hay heroicidad. En Buenos Aires hay un barrio, a la orilla del Río de la Plata, cuyas calles tienen nombres de mujeres patriotas, que lucharon por la independencia, lucharon por la patria. La mujer tiene más sentido. Quizá exagero. Bueno, si exagero que me corrijan. Pero tiene más sentido de defender la patria porque es madre. Es menos cipaya. Tiene menos peligro de caer en el cipayismo.
P. Por eso duele tanto la violencia contra las mujeres, que es una lacra, en Latinoamérica y en tantos sitios…
R. En todos lados. En Europa… En Italia, por ejemplo, he visitado organizaciones de rescate de chicas prostitutas que son explotadas por europeos. Una me decía que fue traída de Eslovaquia en el baúl de un auto para poder pasarla. Y le dicen: tenés que traer tanto hoy, y si no traes eso, cobrás. Le pegan… ¿En Roma? En Roma. La situación de esas mujeres acá, ¡en Roma!, es de terror. En esa casa que visité yo había una que le habían cortado la oreja. Las torturan cuando no reúnen el dinero suficiente. Y las tienen agarradas porque las asustan, les dicen que les van a matar a los padres. Albanesas, nigerianas, incluso italianas. Una cosa muy linda es que estas asociaciones se dedican a ir por las calles, se acercan a ellas y, en vez de decirles “cuánto cobrás, cuánto costás”, les preguntan: "¿Cuánto sufrís?" ¡La primera vez que alguien les pregunta por el sufrimiento! Y las llevan a una colonia segura para que se recuperen. Yo visité una de esas colonias con chicas recuperadas el año pasado y había dos hombres, eran voluntarios. Y una me dijo: yo lo encontré a él. Se había casado con el hombre que le había salvado y estaban deseando tener un hijo. Y otra: este es mi novio, nos vamos a casar. El usufructo de la mujer es de las cosas más desastrosas que suceden, también aquí, en Roma. La esclavitud de la mujer.
P. ¿No cree que después del intento fallido de la teología de la liberación, la Iglesia ha perdido muchas posiciones en beneficio de otras confesiones e incluso sectas? ¿A qué se debe?
R. La teología de la liberación fue una cosa positiva en América Latina. Fue condenada por el Vaticano la parte que optó por el análisis marxista de la realidad. El cardenal Ratzinger hizo dos instrucciones cuando era perfecto de la Doctrina de la Fe. Una muy clara sobre el análisis marxista de la realidad. Y la segunda retomando aspectos positivos. La teología de la liberación tuvo aspectos positivos y también tuvo desviaciones, sobre todo en la parte del análisis marxista de la realidad.
Que el Mediterráneo se haya convertido en un cementerio nos tiene que hacer pensar.
P. Sus relaciones con Argentina. El Vaticano se ha convertido de tres años para acá en un lugar de peregrinaje de los políticos de distintos partidos. ¿Se ha sentido utilizado?
R. Ah, sí. Algunos me dicen “nos tomamos una foto de recuerdo, y le prometo que va a ser para mí y no la voy a publicar”. Y antes de salir por la puerta ya la ha publicado. [Sonríe] Bueno, si le hace feliz usarla el problema es suyo. Se disminuye la calidad de esa persona. El que usa tiene poca altura. Y qué voy a hacer. El problema es de él, no mío. Vienen muchos argentinos a la audiencia general. En Argentina siempre hubo mucho turismo, pero ahora pasar a una audiencia general del Papa es casi obligatorio. [Risas] Después los que vienen acá y que son amigos —yo viví 76 años en Argentina —, a veces mi familia, algunos sobrinos. Pero, usado, sí; hay gente que me ha usado, ha usado fotos, como si yo hubiese dicho cosas y cuando me preguntan, siempre respondo: no es problema mío, no hice declaraciones, si lo dijo él, es problema de él. Pero no entro en el juego del uso. Allá él con su conciencia.
P. Un tema recurrente es el del papel de los laicos y, sobre todo, de las mujeres en la Iglesia. Su deseo es que tengan mayores cuotas de influencia e incluso de decisión. Esos son sus deseos. ¿Hasta dónde cree que puede llegar?
R. El papel de la mujer no hay que buscarlo tanto por la funcionalidad, porque así vamos a terminar convirtiendo a la mujer, o al movimiento de la mujer en la Iglesia, en un machismo con faldas. No. Es mucho más importante que una reivindicación funcional. El camino de lo funcional está bien. La subdirectora de la sala de prensa vaticana es una mujer, la directora de los Museos Vaticanos es una mujer… Sí, lo funcional está bien. Pero a mí lo que me interesa es que la mujer nos dé su pensamiento, porque la Iglesia es femenina, es “la” Iglesia, no es "el" Iglesia, y es “la” esposa de Jesucristo, y ese es el fundamento teologal de la mujer. Y cuando me preguntan “sí, pero la mujer podría tener más…” ¿Pero qué era más importante el día de Pentecostés, la Virgen o los apóstoles? La Virgen. Lo funcional nos puede traicionar en el poner a la mujer en su sitio. Que hay que ponerla —sí, porque todavía falta mucho —, y trabajar para que pueda dar a la Iglesia la originalidad de su ser y de su pensamiento.
 El Papa, con Fidel Castro en una visita a La Habana en septiembre de 2015.
El Papa, con Fidel Castro en una visita a La Habana en septiembre de 2015. ALEX CASTRO AP
P. En algunos de sus viajes, se dirigía a los religiosos, tanto de la curia romana como de las jerarquías locales o incluso a curas y monjas, para pedirles más compromiso, más cercanía, incluso mejor humor. ¿De qué manera cree que se reciben esos consejos, esos cariñosos tirones de oreja?
R. En lo que más insisto es en la vecindad, en la cercanía. Y es bien recibido por lo general. Siempre hay grupos un poco más fundamentalistas, en todos los países, en Argentina los hay. Son grupos pequeños, yo los respeto, son gente buena que prefiere vivir así su religión. Yo predico lo que siento que el Señor me pide predicar.
P. En Europa cada vez se ven más curas y monjas procedentes del llamado tercer mundo. ¿A qué se debe este fenómeno?
R. Hace 150 años en América Latina se veían cada vez más curas y monjas europeos, y en África lo mismo y en Asia lo mismo. Las iglesias jóvenes fueron creciendo. En Europa lo que pasa es que no hay natalidad. Italia está bajo cero. Francia es la que creo que está más adelante por todas las leyes de apoyo a la natalidad. Pero no hay natalidad. El bienestar italiano de hace unos años acá cortó la natalidad. Preferimos ir de vacaciones, tenemos un perrito, un gatito…No hay natalidad, y si no hay natalidad no hay vocaciones.
P. En sus consistorios, ha creado cardenales de los cinco continentes. ¿Cómo le gustaría que fuese el cónclave que elija a su sucesor? ¿Cree que verá el próximo cónclave?
R. Que sea católico. Un cónclave católico que elija a mi sucesor.
P.- ¿Y lo verá?
R. Eso no lo sé. Que Dios lo decida. Cuando yo sienta que no pueda más, ya mi gran maestro Benedicto me enseñó cómo hay que hacerlo. Y si Dios me lleva antes, lo veré desde el otro lado. Espero que no desde el infierno… Pero que sea un cónclave católico.
P. Se le ve muy contento de ser Papa.

R. El Señor es bueno y no me quitó el buen humor.

4° Dom. Ordinario; 29 de enero de 2017; José Antonio Pagola

UNA IGLESIA MÁS EVANGÉLICA
Al formular las bienaventuranzas, Mateo, a diferencia de Lucas, se preocupa de trazar los rasgos que han de caracterizar a los seguidores de Jesús. De ahí la importancia que tienen para nosotros en estos tiempos en que la Iglesia ha de ir encontrando su propio estilo de vida en medio de una sociedad secularizada.
No es posible proponer la Buena Noticia de Jesús de cualquier forma. El Evangelio solo se difunde desde actitudes evangélicas. Las bienaventuranzas nos indican el espíritu que ha de inspirar la actuación de la Iglesia mientras peregrina hacia el Padre. Las hemos de escuchar en actitud de conversión personal y comunitaria. Solo así hemos de caminar hacia el futuro.
Dichosa la Iglesia «pobre de espíritu» y de corazón sencillo, que actúa sin prepotencia ni arrogancia, sin riquezas ni esplendor, sostenida por la autoridad humilde de Jesús. De ella es el reino de Dios.
Dichosa la Iglesia que «llora» con los que lloran y sufre al ser despojada de privilegios y poder, pues podrá compartir mejor la suerte de los perdedores y también el destino de Jesús. Un día será consolada por Dios.
Dichosa la Iglesia que renuncia a imponerse por la fuerza, la coacción o el sometimiento, practicando siempre la mansedumbre de su Maestro y Señor. Heredará un día la tierra prometida.
Dichosa la Iglesia que tiene «hambre y sed de justicia» dentro de sí misma y para el mundo entero, pues buscará su propia conversión y trabajará por una vida más justa y digna para todos, empezando por los últimos. Su anhelo será saciado por Dios.
Dichosa la Iglesia compasiva que renuncia al rigorismo y prefiere la misericordia antes que los sacrificios, pues acogerá a los pecadores y no les ocultará la Buena Noticia de Jesús. Ella alcanzará de Dios misericordia.
Dichosa la Iglesia de «corazón limpio» y conducta transparente, que no encubre sus pecados ni promueve el secretismo o la ambigüedad, pues caminará en la verdad de Jesús. Un día verá a Dios.
Dichosa la Iglesia que «trabaja por la paz» y lucha contra las guerras, que aúna los corazones y siembra concordia, pues contagiará la paz de Jesús que el mundo no puede dar. Ella será hija de Dios.
Dichosa la Iglesia que sufre hostilidad y persecución a causa de la justicia sin rehuir el martirio, pues sabrá llorar con las víctimas y conocerá la cruz de Jesús. De ella es el reino de Dios.
La sociedad actual necesita conocer comunidades cristianas marcadas por este espíritu de las bienaventuranzas. Solo una Iglesia evangélica tiene autoridad y credibilidad para mostrar el rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy.


4° domingo del Tiempo Ordinario; 29 de enero del 2017; Homilía FFF

Sofonías 23; 312-13; Salmo 145; 1ª Corintios 126-31; Mateo 51-12

Las tres lecturas de este domingo están llenas de sentido para la vida del cristiano. De alguna manera buscan reforzar nuestra propia identidad desde el último sentido de la existencia. Nos ponen delante de Dios para que nos ubiquemos simplemente en nuestro ser “criaturas”: no somos más que seres humanos, personas, seres demasiado limitados. Definitivamente no somos “dioses”; pero, al mismo tiempo, ahí está nuestra altísima dignidad: no seremos dioses, pero sí somos “hijos de Dios”, llamados a la plenitud de la vida en el banquete del Reino; y en eso se nos revela la unidad progresiva que existe entre este mundo y la vida en Dios. Este mundo y el otro, no son realidades inconexas, separadas, sin ninguna vinculación; el camino es el mismo, aunque el punto de partida y el de llegada sean diferentes: partimos de esta tierra, pero –al final de nuestros días- no nos quedamos en ella; sino que vamos “a la Patria Celestial”, aquella que “ni el ojo vio ni el oído oyó”, como afirmó San Pablo. Sin poder trasmitir con palabras lo que vivió, sin embargo menciona que fue arrebatado al Cielo y que lo que está por venir, no se compara para nada con los posibles sufrimientos que podamos tener en esta tierra.
La primera lectura del Profeta Sofonías es un rayo de esperanza para la humanidad entera. Las dimensiones del mal en nuestro mundo sin indescriptibles. La creación entera se ha entercado en destruir los planes de Dios: guerras, injusticias, muertes, muros, separaciones, hambre, corrupción, impunidad, etc., etc. Ocho familias poseen la riqueza que tiene la mitad de la humanidad. Por eso el narco, la violencia, los secuestros, la tortura…
Pero el mensaje de Sofonías es que a pesar del mal en el mundo, siempre hay un pequeño grupo, “un puñado de gente pobre y humilde” que cumple los mandatos de Dios; y que al hacer eso nos redime. Cuando una pobre viuda –como la del Evangelio- es capaz de dar todo lo que tenía, ella nos está redimiendo, pues su acto es la muestra de que no todo está perdido; que en la humanidad también hay personas que cumplen a cabalidad el deseo de Dios de vivir la generosidad, la bondad, la entrega, el amor, hasta el extremo. En esa persona –y en tantas otras que existen- la humanidad demuestra que no sólo es posible sino que sí se puede cumplir la voluntad del Padre que está en los Cielos.
Busquen al Señor –dice el Profeta-, ustedes los humildes de la tierra, los que cumplen los mandamientos de Dios. Busquen la justicia, la humildad… Este resto de Israel confiará en el Señor; no cometerá maldades ni dirá mentiras… Permanecerán tranquilos y descansarán, sino que nadie los moleste”. A pesar de todo el mal en el mundo, siempre habrá personas que nos abren a la esperanza.
Quizá lo fundamental –como señala la 2ª lectura- es caer en la cuenta que por más cualidades, recursos, éxitos que tengamos, no somos más que criaturas, realidades creadas: ni siquiera nos dimos la existencia que tenemos; la recibimos. San Pablo nos devela una verdad profundísima: no son los poderosos, los sabios, los nobles, los que pueden responder realmente a Dios; pues ellos están satisfechos; no lo necesitan; se sienten que ha sido por ellos lo que han conseguido, lo que tienen. Pero esos no tienen cabida en el banquete del Reino, porque simplemente se excluyen.
Los que ha llamado Dios –de acuerdo a Pablo- han sido los ignorantes, los débiles, los insignificantes, los despreciados, los que no valen nada, “para reducir a la nada a los que valen”. ¿Por qué? Porque ellos no tienen esas telarañas que les impiden acercarse al verdadero Dios, y no a los ídolos que sirven en la religión que los poderosos han hecho a su medida. Primero sirven a sus intereses; y luego, a ese “dios” que nada tiene que ver con el Padre de Jesús, preocupado por los pobres y excluidos, porque en su dolor y sufrimiento está fracasando el destino de la humanidad.
La conclusión de Pablo nos devuelve a la “identidad cristiana”: si somos algo, es por Dios; “de manera –nos dice- que nadie pueda presumir delante de Dios”. Cuando presumimos, nos ponemos al tú por tú con Dios y automáticamente nos separamos de Él; por eso, aunque llamados, nos podemos quedar fuera del Reino. Dios nos ha “injertado en Cristo”, y sólo así, desde esta nuestra identidad, podremos responder a la invitación que el Padre nos hace.
Finalmente, el texto de Mateo sobre las bienaventuranzas –que ya conocemos- nos revela que en esta vida, los pobres, los que tienen hambre y sed de justicia, los que construyen la paz, los misericordiosos, los perseguidos por causa de la justicia, son los que poseerán la tierra y su premio será grande en los cielos. Por eso –dice el Evangelista- “alégrense y salten de contento”.

La gran vedad, entonces, es no hay solución de continuidad entre nuestra tierra y el cielo. Comenzamos la vida aquí, pero la plenificamos en el banquete del Reino con Dios, nuestro Padre, con Jesús y su Espíritu. Hay una conexión radical entre este mundo y el otro; aunque el gran reto de cada uno es no perder el horizonte; no embelesarnos con lo que hoy tenemos o disfrutamos. Estamos de paso y lo mejor está por venir.

domingo, 22 de enero de 2017

"Sin certezas, todo por hacer" (Sobre la situación de México), Dr. Hugo Aboites, En 21 '17

La Jornada
21 de enero del 2017

Sin certezas, todo por hacer.
Hugo Aboites*
Hemos entrado de lleno y con sorprendente velocidad a un mundo y un país donde, para citar al clásico, toda sociedad se torna líquida. Ya lo era, pero ahora la percepción de que avanzamos hacia un futuro profundamente cambiante y, por eso, incierto, se ha vuelto dolorosamente tangible. Y los actores principales se mueven, increíblemente, tomando decisiones que parecen diseñadas precisamente para crear mayor incertidumbre y desestabilización. Donald Trump torpedea a la OTAN, el TLCAN, las corporaciones automotrices; se lanza contra minorías y mexicanos; se acerca a Rusia, provoca a China, acorrala a México. Y, acá, el peso y el gobierno se derrumban, la gasolina incendia al país y con todo esto se impulsa –nada menos que desde el gobierno federal mismo– una movilización nacional que se enlaza con la que los maestros comenzaron en 2013. Dilapidado el petróleo, el país depende ahora de remesas y turismo. Pero las primeras están en la mira del nuevo y antinmigrante presidente estadunidense, y Acapulco y Cancún son ahora reclamados como propios por el narcotráfico. Desde la derecha, la única salida que se plantea es la mano dura.
Desde otra perspectiva, hay que reconocer que estas profundas crisis de sentido provocan también poderosos y colectivos procesos de conocimiento. Cuando todo cambia, la mente se transforma y es obligada a pensar más allá de límites y techos que ahora se diluyen con gran facilidad. Se desplaza al individualismo, el conocimiento orienta a la acción civil y politiza a todos, rápidamente. La del pensamiento es la respuesta más importante. El pensamiento crítico es, precisamente, el que reconoce la crisis y, para sobrevivir, reconoce la necesidad imperiosa de darle respuesta. Personas, instituciones, acuerdos políticos, la estructura misma de lo que las constituye se desbarata y exige una reconstrucción. El gobierno se tambalea, no reconoce ni comprende la naturaleza y lo profundo del encrespado mar que lo rodea, y como no puede ni quiere pensar la crisis desde los otros, sus decisiones sólo la agudizan. En la educación la reforma que busca la eficiencia, la calidad, crea una escuela de clima agresivo, y la presión de las reformas que exigen estudiantes y maestros eficientes arrolla a los jóvenes desesperanzados y contribuye a que vean la efímera notoriedad de la violencia extrema como aceptable salida. A balazos contra maestra y compañeros, el problematizado adolescente es usado para silenciar los símbolos del pensamiento y del espacio colectivo.
Sin embargo, otros lugares educativos, libertarios, los foros de discusión, los esfuerzos colectivos y autónomos, la prensa independiente (por eso necesitamos tanto a La Jornada) se convierten en ámbitos de debate y de propuestas. Expresan la vitalidad de la respuesta humana, la apropiación de un campo –donde se piensa al país y se decide qué hacer con él– que generalmente le está vedado a muchos. Pero ahí, en estos espacios, es donde se da con mayor fuerza el encontronazo entre quienes quieren pensar para sobrevivir y quienes, temerosos, reprimen. Por eso el educativo es un espacio tan agitado, importante y hoy contradictorio. Así, en un destello luminoso, casi todos en la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México reconocen inmediata y generosamente que no se debe aherrojar a una universidad. Hablo por supuesto de la UACM, y manteniéndola en el artículo 48 de la Constitución prácticamente como una dependencia gubernamental, y acuerdan situarla en el 13, el lugar perfecto: el del derecho al conocimiento. Sin embargo, en la redacción alguien introduce el halo persecutorio y punitivo con que, gracias a la desdichada reforma de la educación, se ha definido la calidad educativa. Al mismo tiempo, las universidades del país, sobre todo las públicas y autónomas, incluyendo la de esta ciudad, se ven ahora sometidas a recortes profundos y colocadas (como las de Nayarit, Zacatecas, Morelos, y muchas otras junto con la de la Ciudad de México) en el borde del precipicio o en una situación muy difícil. En el caso de la UACM, no porque se disminuyan los recursos, sino por la forma en que se entregan.
Es precisamente en las lecturas, en las escuelas y universidades donde niños y jóvenes, más que rodeados de reglamentos y enormes pilas de contenidos a memorizar, deberían recuperar y tomar como punto de partida, la naturaleza profundamente dialéctica de la existencia humana y social. Ya en la familia –como quiera que ésta se conforme– se vive el entrecruce de autoritarismo y democracia en el complejo tejido de relaciones cotidianas, pero en la escuela y la universidad, a través del conocimiento diverso y el más concentrado de una profesión, se trata de dar al pensamiento una dimensión nacional e internacional, de expandir los horizontes para poder cambiarlos. Porque en último término, en la manera como se ve al mundo es que éste aparece como de posible o imposible transformación. Por eso una de las funciones más importantes de la educación es ver este mundo a partir de muchos mundos, es decir, desde nuestra naturaleza profundamente colectiva. Porque el individualismo es una forma poderosa de limitación del pensamiento y de su poder de transformación. Una sociedad individualizada, como busca la no-educación imperante, es incapaz de transformarse. Y entonces, los Trumps presiden.


* Rector de la UACM

Carta Pastoral de Mons. Diego Padrón sobre la situación de Venezuela, En 7 '17

Panorama Nacional  
Mons. Diego Padrón, Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana. 

Enero 7, 2017
 "En nuestro país, el 2016 ha terminado muy mal, con gran desesperanza.  El saldo está en rojo en todos los  rubros. Casi 29 mil muertes violentas; hambre y falta de comida que solo  produce agonías y desnutrición; desabastecimiento de medicinas, que provoca  decesos y reaparición de epidemias; más de 120 presos políticos injusta e ilegalmente  privados de libertad; corrupción generalizada, ataque sistémico a la empresa no  oficial y a los medios de comunicación independientes, la inconsulta, violenta  e inconstitucional ideologización de la educación; los intentos de anular a la  Asamblea Nacional; el cierre del camino electoral; la crisis financiera y,  últimamente, la improvisación y confusión con el uso y desuso de la moneda de  mayor valor que creó gran incertidumbre y angustia en la población, sobre todo  entre los más pobres.
A este resumen de equivocadas políticas debo añadir, al menos, tres  experiencias, diversas en su modalidad, pero convergentes en su potencial de  revelar el deterioro de la calidad humana y de la convivencia social y, en  consecuencia, su carácter interpelante: la masacre de Barlovento, los saqueos y  el vandalismo en Cumaná, Ciudad Bolívar y otros lugares y el asalto al  Monasterio Trapense en Mérida, junto con el robo y amedrentamiento a los  monjes, empleados y visitantes. Todo ello ejemplifica una verdad patente,  elemental y conclusiva: en la historia venezolana de los últimos cincuenta años  – si no más– los ciudadanos no habíamos atravesado una etapa tan dura, incierta  e injusta.
No obstante, en el mismo panorama nacional del año, el acontecimiento  más positivamente sobresaliente ha sido la elección de Mons. Baltazar Enrique  Porras Cardozo para Cardenal de la Iglesia. Esta honrosa designación al actual  Arzobispo de Mérida lo convierte en un actor de las decisiones de mayor  envergadura en el pontificado romano. Ha pasado a ser oficialmente uno de los  consejeros inmediatos del Romano Pontífice. A partir de ahora, sus opiniones y  actuaciones tendrán resonancia mundial. Venezuela toda ha salido ganando. El es  un atleta del Espíritu, de la dignidad, de la libertad y la verdad. Un  experimentado defensor del hombre y de sus derechos, en cualquier escenario,  dentro y fuera de nuestras fronteras.
Para la Iglesia venezolana este nombramiento ha sido una designación  que nos enorgullece, pues –como dice el apóstol Pablo– en un cuerpo, cuando un  miembro sufre, todos los demás sufren, y cuando un miembro es honrado, todos  los demás se felicitan (Cf 1 Co 12,26). Ha sido un regalo del Papa Francisco a  toda la Iglesia y para toda Venezuela. Por eso los venezolanos le estamos  inmensamente agradecidos y rezamos ahora con mayor fervor por él. Ha sido,  además, una evidente ratificación de las líneas de acción social evangelizadora  de la Conferencia Episcopal Venezolana.
Ha sido también motivo de honda satisfacción para nuestro gentilicio  y nuestra Iglesia, la elección del P. Arturo Sosa Abascal s.j., para el cargo  de Prepósito General de la Compañía de Jesús y primer sucesor de San Ignacio de  Loyola que no proviene del continente europeo.
El Padre Arturo, antiguo Provincial y Rector de la Universidad  Católica del Táchira, reputado investigador y docente de la realidad política  venezolana, es nuestro amigo y hermano. El cuenta con nuestro afecto, nuestro  reconocimiento y nuestra oración. Como broche de oro, su elección ha coincidido  con la clausura del Año Centenario de la reinstalación de la presencia de la  Compañía de Jesús en nuestra tierra.
Durante los últimos meses del año ocupó la cartelera el tema del  llamado diálogo, tras un prologado in  crescendo de las tensiones políticas, pero, sobre todo, con un trasfondo de  progresiva y dramática realidad socioeconómica de carencias, desafueros,  improvisaciones y manipulaciones.
Sin distinción de ideologías o credos, la población, los líderes  políticos, las Iglesias, las universidades, los medios de comunicación social y  las más diversas instituciones solicitaban, de modo apremiante, la apertura de  un diálogo entre el gobierno y la oposición. Parecía que todos, incluso el gobierno,  estábamos de acuerdo en que ése era el camino para encontrar soluciones a los  graves problemas del país. Pero después del reciente intento fallido, a muchos  les parece que aquella inquietud era más una manifestación del subconsciente  colectivo que una solicitud razonada y una puesta en escena diáfana,  estructurada y con voluntad efectiva de llegar a acuerdos y cambios visibles a  respetar y poner en práctica de inmediato. Por ejemplo, la liberación de todos  los presos políticos.
La Mesa de Diálogo, integrada por cuatro equipos de trabajo, sesionó  con altibajos, y, en definitiva, su mecanismo no funcionó. La metodología  empleada no condujo a resultados reales evaluables, como se esperaba;  predominaron los discursos y las promesas. Pero, sobre todo, el diálogo  fracasó, en esta ocasión, por  una maligna conjunción de factores: no había entre las partes voluntad  sincera de dialogar; no se tomaron las habituales previsiones de definición y organización  para disponer medios efectivos en función de fines y objetivos definidos y  consensuados, comenzando por el respeto mutuo y el reconocimiento del otro,  como muy bien expresó a las partes y a los facilitadores, en carta posterior,  el Secretario de Estado Vaticano y anterior Nuncio en Venezuela, Cardenal  Pietro Parolin. Su pregunta clave fue y sigue siendo: ¿Dónde están los resultados?
La culpa del fracaso no fue del diálogo en sí, como mecanismo, ni de  los facilitadores del proceso, en el que todos tuvieron una cuota, desigual,  pero real, de preocupación, trabajo y responsabilidad, en particular, sino de  las partes sentadas en la Mesa.
Y es que, en efecto, ambas partes, gobierno y oposición, si bien a  título diverso, no asumieron el diálogo en función del país, sino que lo consideraron más bien como  una simple estrategia política, útil, no para dirimir los grandes conflictos  que afectan a todos por igual, sino para fines particulares, incluso  subalternos. A la  vista de lo ocurrido, me atrevo a concluir que para el partido oficial y el gobierno,  el diálogo fue más bien un instrumento para ganar tiempo y frenar la presión  interna y externa, y en concreto, el Referéndum Revocatorio del mandato del Presidente de  la República.
Para los sectores opositores, e incluso algunos ex militantes del  primer período oficialista y también los llamados ni-ni, fue ocasión para exhibir las innumerables deficiencias,  principalmente del Poder Ejecutivo, pero también de los otros Poderes afines o  dependientes de él, en materia de derechos humanos, economía, respeto a la  autonomía de los Poderes del Estado, en particular del Poder Legislativo, y  transparencia en sus ejecutorias.
Algunos políticos y analistas,  adversarios o distantes de la Mesa de Diálogo, han querido inculpar a la  facilitación de la Santa Sede de haberse dejado engañar por el Gobierno y de  haber enfriado los ánimos para la protesta en la calle y para proseguir la ruta  del Referéndum Revocatorio, en ese momento, a medio camino. Otros han querido descalificar a  la Conferencia Episcopal, atribuyéndole también una voluntad de apaciguamiento  de las movilizaciones, y otros han ido más allá, pretendiendo descalificar al facilitador  enviado de Roma, e incluso al propio Papa Francisco.
Sin descartar que siempre es posible obrar con mayor oportunidad,  resulta fácil, aunque atrevido, hablar a posteriori y desde fuera; pero bordea  la irresponsabilidad y hasta la mala fe pasar del juicio de actos a la  imputación de intenciones y la condena de personas. Es un caso emblemático de  exigencia del examen de la conciencia moral y de una conversión intelectual y  espiritual.
Frente a esa falsificación de los hechos, es importante recordar,  aunque sea someramente, la verdad histórica: el responsable primero y principal de que no se haya  realizado el Referéndum Revocatorio en 2016 es el gobierno nacional que,  temeroso de someterse al veredicto popular, utilizó alguna indecisión  opositora, pero, sobre todo, subterfugios judiciales y la mayoría que tiene en  el Directorio del Consejo Nacional Electoral para secuestrar, sin fecha límite,  la convocatoria del Referendo, es decir, para denegar de facto el derecho del pueblo  al voto en ejercicio de su soberanía.
Hay cuatro fechas que todo venezolano tiene que tener muy claras: el  20, 22, 24 y 30 de octubre. El 20 el Gobierno negó toda posibilidad al  Referendo, el 22 se produjo el asalto violento a la Asamblea Nacional, el 24  llegó al país el representante del Papa, Monseñor Emil Paul Tscherrig, y el 30  se produjo la primera reunión del hasta ahora frustrado diálogo nacional. Dicho de otra manera, el  secuestro del diálogo se produjo 10 días antes de la instalación de la mesa y  sus cuatro equipos.
Inculpar a la Santa Sede o a  los partidos políticos de oposición como supuestos responsables de que no se  haya favorecido la convocatoria efectiva del Referendo, no sólo es incierto,  sino que le quita el peso de la responsabilidad histórica al único responsable  real: las autoridades del gobierno nacional y sus operadores electorales y  judiciales.
Por otra parte, denigrar del diálogo en sí, como procedimiento de  solución de conflictos, es un error político, histórico, sociológico,  filosófico, estratégico, pero antes y aún más, una falta de comprensión de lo  que es el ser del hombre, una negación del sentido y valor de la relación  humana fundamentada en la palabra compartida, pues los seres humanos somos  constituidos humanos por la palabra, y es también una actitud antiética en  cuanto representa implícitamente un rechazo a la palabra como vehículo de  comunicación y comunión, como instrumento de convicción y verdad, y como  paradigma de la expresión de libertad.
Estoy convencido de que más temprano que tarde los líderes políticos,  para sacar a este país de la crisis que lo está destruyendo, invocando la  democracia, tendrán que recurrir, en nombre de la democracia, al diálogo, la  negociación y los acuerdos, únicos antídotos frente a la irracionalidad de la  fuerza, la corrupción y la violencia, símbolos por excelencia de los peores  males de esta sociedad.
En ese marco, por honestidad y deber de justicia, los jefes de  algunos partidos de la oposición deberían admitir que en los días del diálogo  no se comportaron a la altura de las circunstancias. No quisieron retratarse  hablando con un gobierno que nunca ha dado garantías reales de cumplir lo que  promete. Prefirieron preservar sus candidaturas personales de todo riesgo  político-electoral. Pero este comportamiento táctico no los libra de su  responsabilidad frente al pueblo.
También a este intento de diálogo ineficaz le faltó, en esa fase al  menos, el apoyo decidido y oportuno, de la ciudadanía y, más aún, de la  sociedad civil organizada. La  tentación desgraciadamente recurrente tanto de las instituciones civiles y  democráticas como del común de los ciudadanos, es escurrir el bulto, evadir la  propia responsabilidad y fomentar la antipolítica, haciendo caer el peso de todos  los errores sobre los partidos políticos, aislados o integrados en alguna  organización o alianza e incluso sobre la propia actividad política como  instancia de convivencia en sociedad, y realización personal de servicio del bien  común.
Pero, al mismo tiempo, las organizaciones políticas, sus militantes y  la ciudadanía en general tienen  que reconocer que no pueden alcanzar dichos fines, de modo pacífico,  constitucional, democrático y electoral, sin la participación coherente y articulada  de las instituciones, incluida la militar, cuyos miembros todos, como  integrantes del pueblo soberano, tienen derecho al sufragio electoral, dentro  del respeto a las funciones que la norma constitucional y las leyes les asignan  y por las cuales se responsabilizan. ¡En este proceso no se puede  excluir a ningún sector!
En nuestra sociedad, concebida como un amplio bosque, cada sector, a manera de árboles, tiene sus propios planes; es necesario cambiar de  metodología de acción. Pasar de la metodología individual o tribal de conuco a la de articulación de  esfuerzos, modelos y proyectos. Las condiciones de los sujetos llamados a  integrar una tal sinergia institucional  son: honestidad en las actuaciones, promoción y respeto de los derechos humanos,  defensa de la democracia y búsqueda del bien común.
En este sentido, la Conferencia Episcopal renovará en los próximos días, como ejercicio de  servicio subsidiario al pueblo, su exhortación a todos los sectores del país a  traducir en programas, acciones y recursos, algunas líneas básicas, positivas,  incluyentes y prospectivas, de una propuesta democrática, constitucional y  pacífica, para la superación política de la grave crisis que nos agobia.  
Conclusión
En la historia del país ningún gobierno había hecho sufrir tanto, por acción y omisión, al  pueblo como el que ahora administra formalmente las funciones. El  desabastecimiento dramático de alimentos y medicinas es la negación palpable de  una economía sana. La inseguridad y la violencia incontrolada es la negación de  la capacidad de gobernar con justicia y orden. La corrupción y la injusticia  sistemática imperantes son la antítesis de la honestidad y la verdad. El  control absoluto de las finanzas, del derecho a la libre expresión y la  persecución contra la disidencia son la negación de la confianza, la libertad y  el diálogo.
Lo anterior, más  los intentos por vulnerar la memoria de pertenencia a una comunidad histórica y  fundamentalmente una, el irrespeto a la dignidad inalienable de todos y cada  uno, así como del derecho y deber de participar en el diseño y concreción de un  presente común y de un futuro de esperanzas compartidas, configuran una  desfiguración ética y espiritual intolerable.
La Conferencia Episcopal y cada Obispo en su diócesis a lo largo de  año 2016 no cesaron de ofrecer una visión realista de la situación global que  caracteriza al país en el momento. De muchas maneras llamó a los dirigentes  sociales y políticos a pensar en el país antes que en parcialidades. Denunció  sin ambages todas las formas del mal que dañan a la sociedad. Promovió el  diálogo político entre el gobierno y la oposición, y solicitó al Ejecutivo  autorización para abrir un canal humanitario. Cáritas Nacional ha ofrecido su  infraestructura para coordinar el servicio de distribuir medicinas, servicio  que, en pequeña escala, ya viene prestando.
La Conferencia Episcopal respalda al señor Jorge Cardenal Urosa  Savino, Arzobispo de Caracas, en su mensaje de alerta al pueblo católico. El  mayor desafío de los Obispos es iluminar con la fe en Jesucristo y en su  palabra la historia presente y cooperar con el bienestar material y espiritual  del pueblo.
Por todo ello, con enorme pesar, pero con realismo, debemos expresar,  serena, pero firmemente, que los  venezolanos iniciamos el 2017 sumidos en un caos, es decir, vivimos una real  tragedia de consecuencias históricas, que afecta a personas, comunidades e  instituciones, y no sólo en su modalidades funcionales, sino también en sus  raíces más profundas, a la manera de un verdadero daño humano, social,  espiritual.
En este 2017 no podemos, sin embargo, dejar que nadie ni nada nos robe la esperanza; este no es  momento para alimentar la depresión. La desesperanza no cabe en quien confía en el ser humano, porque él es criatura redimida por Cristo. El es nuestra esperanza radical. No todo está perdido, mientras haya una ciudadanía consciente, con la fe y la esperanza activadas, capaz de diseñar y emprender nuevos y mejores rumbos. Como nos dice el Papa Francisco no tengamos cara de velorio o cementerio, sino de fuerza transformadora de la realidad.

El llamado final es a desarmar los espíritus, a desplegar una creatividad solidaria, y a mantener la esperanza contra toda esperanza, (Rom.  4,18), porque la última palabra le corresponde siempre a la vida y la justicia,  la verdad y el amor."