domingo, 10 de enero de 2016

El Bautismo del Señor; Homilía de José Antonio Pagola; Enero 10 del 2016

INICIAR LA REACCIÓN
El Bautista no permite que la gente lo confunda con el Mesías. Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien más fuerte y decisivo que él. El único al que el pueblo ha de acoger. La razón es clara. El Bautista les ofrece un bautismo de agua. Solo Jesús, el Mesías, los "bautizará con el Espíritu Santo y con fuego".
A juicio de no pocos observadores, el mayor problema de la Iglesia es hoy "la mediocridad espiritual". La Iglesia no posee el vigor espiritual que necesita para enfrentarse a los retos del momento actual. Cada vez es más patente. Necesitamos ser bautizados por Jesús con su fuego y su Espíritu.
Estos últimos años ha ido creciendo la desconfianza en la fuerza del Espíritu, y el miedo a todo lo que pueda llevarnos a una renovación. Se insiste mucho en la continuidad para conservar el pasado, pero no nos preocupamos de escuchar las llamadas del Espíritu para preparar el futuro. Poco a poco nos estamos quedando ciegos para leer los "signos de los tiempos".
Se da primacía a certezas y creencias para robustecer la fe y lograr una mayor cohesión eclesial frente a la sociedad moderna, pero con frecuencia no se cultiva la adhesión viva a Jesús. ¿Se nos ha olvidado que él es más fuerte que todos nosotros? La doctrina religiosa, expuesta casi siempre con categoría premodernas, no toca los corazones ni convierte nuestras vidas.
Abandonado el aliento renovador del Concilio, se ha ido apagando la alegría en sectores importantes del pueblo cristiano, para dar paso a la resignación. De manera callada pero palpable va creciendo el desafecto y la separación entre la institución eclesial y no pocos creyentes.
Es urgente crear cuanto antes un clima más amable y cordial. Cualquiera no podrá despertar en el pueblo sencillo la ilusión perdida. Necesitamos volver a las raíces de nuestra fe. Ponernos en contacto con el Evangelio. Alimentarnos de las palabras de Jesús que son "espíritu y vida".
Dentro de unos años, nuestras comunidades cristianas serán muy pequeñas. En muchas parroquias no habrá ya presbíteros de forma permanente. Qué importante es cuidar desde ahora un núcleo de creyentes en torno al Evangelio. Ellos mantendrán vivo el Espíritu de Jesús entre nosotros. Todo será más humilde, pero también más evangélico.
A nosotros se nos pide iniciar ya la reacción. Lo mejor que podemos dejar en herencia a las futuras generaciones es un amor nuevo a Jesús y una fe más centrada en su persona y su proyecto. Lo demás es más secundario. Si viven desde el Espíritu de Jesús, encontrarán caminos nuevos.


Bautismo del Señor; Enero 10 del 2016

Isaías 401-5. 9-11; Salmo 103; Tito 211-14; 34-7; Lucas 315-16. 21-22

El Bautismo del Señor es uno de los hechos más paradigmáticos de la revelación. En una primera instancia, este hecho no abona a la realización de la Misión que Jesús venía a realizar en nuestra historia. Es decir, Jesús llevaba casi 30 años viviendo como cualquier persona normal de este mundo. Salvo el acontecimiento del Templo cuando tenía 12 años en el que discute con los Doctores de la Ley, y que quizá para nada trascendió en su biografía particular, de ahí en fuera nada de “extraordinario” había acontecido en su vida. Jesús era un trabajador más de su pueblo; era un judío practicante; una persona como cualquier otra. Si Él venía a manifestarse como Hijo de Dios y a impactar con su mensaje de salvación como el Mesías verdadero, hasta ese momento no había ningún rasgo que lo indicara.
Sobre todo desde el imaginario popular, la idea dominante del Mesías era la de un gran guerrero, poderoso, que mediante su fuerza y liderazgo, liberaría al pueblo de Israel de todos sus enemigos; habría de ser alguien enviado de Dios y que, mediante signos extraordinarios, acreditara su procedencia. Sin embargo, el camino de Jesús estaba siendo todo lo contrario. De su parte, no había puesto ni hecho nada fuera de lo común; ningún rasgo para pensar que Él pudiera ser “el Enviado”.
Y en este marco, como cualquier otro pecador, Jesús acude a ser bautizado. El Mesías no podía tener pecado: ¿por qué acude a bautizarse? Desde la óptica humana, más difícil está poniendo las cosas para realizar su misión. Se pone en la fila, como cualquier otro, y a pesar de la resistencia de Juan el Bautista, que es el primero que reconoce la divinidad de Jesús, se deja bautizar.
El mensaje es claro. Su Mesianismo será algo totalmente contrario a las expectativas de Israel. Su poder no será el de la fuerza que domina y destruye, sino de la fuerza que ama y se entrega, como cualquier otro lo puede hacer, innovando un camino hasta ahora inédito en nuestra historia. El cambio, la redención, la implantación del Reino, no será a base de un poder que domina, destruye, asesina y somete, como hasta ese momento estaban acostumbrados los judíos. Tener el favor de Dios, era dominar y no dejarse dominar; era controlar a fin de gozar ellos, como supuesto “pueblo elegido”, de todas las maravillas de la “tierra prometida”.
Por eso la forma como Jesús inicia su misión es lo más contrario a la lógica humana, al modo de proceder de los poderosos. Sus estrategias serán totalmente contrarias “a las de este mundo”. Por eso su Reino “no será de este mundo”; es decir, no será como el modelo que hasta ese momento existía en ese mundo. Su fuerza y poder no serán otros que los del servicio, la entrega incondicional, la atención a los marginados, a los que sufren, a los pecadores, como un signo de que “ahora sí está llegando el Reino a este mundo”. Un reino distinto; un “reinado” como forma de hacer llegar el amor del Padre a sus hijos que sufren, no con imposición y dominio, sino con servicio, con entrega, con amor hasta la muerte, sin fronteras.
En este sentido, Jesús no entra con ventaja en nuestro mundo; no hace cosas que nosotros como simples mortales no podamos hacer. El camino que abre para realizar el Reino y para mostrar que Dios, Yahvé sí está con nosotros, es el del servicio y la entrega. Es el anonadamiento. Como dice San Pablo en Colosenses, “no se aferró a su condición divina, sino que asumió la forma de siervo”, haciéndose uno como nosotros. Evidente que puso signos, que hizo milagros, pero sólo para dejar claro por dónde y cómo estaba utilizando el poder de Dios: lo que en ellos se manifestaba es lo que Él necesitó para dejar claro que iba a pasar “haciendo el bien y curando toda enfermedad y dolencia”.
El bautismo cierra el círculo de toda su vida oculta, en total coherencia con lo que había vivido. Por eso desde aquí se ve lo mismo que advertíamos en Navidad: Jesús entra en la historia absolutamente sin ningún privilegio, sin ninguna ventaja; y así comienza su Misión. No hay contradicción entre su nacimiento, como pobre entre los pobres, sin lugar para Él en este mundo; y, ahora, su ponerse en la cola de los pecadores para ser bautizado como cualquier hijo de Israel.
Y en ese acto de máxima coherencia, entonces aparece la Primera Manifestación divina, central para comenzar su Misión. Ahí se le revela a Él mismo que es “el hijo muy amado”, en el que Dios mismo tiene sus complacencias. Manifestación que no es de poder, dominio o destrucción, sino de amor: Él es el hijo amado. El Espíritu estará con Él; lo guiará en su modo de hacer el Reino; pero antes de comenzar ese mismo Espíritu lo llevará al desierto, donde tendrá su última preparación para iniciar su vida pública.
Como señaló San Ignacio en sus Ejercicios, dejémonos impactar por la escena y preguntémonos qué hemos de hacer o cambiar en nuestras vidas, para ser compañeros de Jesús en la realización de su Reino.