domingo, 13 de diciembre de 2015

¿Está fracasando el Papa? José M. Castillo, teólogo; Noviembre 1 del 2015

Enviado a la página web de Redes Cristianas
Teología sin censura
Hay gente que se hace esta pregunta. Incluso hay no pocas personas que ni se la hacen. Porque son los que ya tienen la respuesta. Y la tienen clara y segura, en el sentido de que, según piensan ellos, efectivamente es así. No se trata, pues, de que Francisco va a fracasar. Se trata de que Francisco, y el modelo de papado que él representa, ya ha fracasado. O sea, ni este papa ha renovado la Iglesia. Ni la va a renovar. Por la sencilla razón – dicen los defensores del fracaso – de que la teología de Francisco es poca y pobre. A lo que se suma el hecho de que no ha cambiado ni un solo canon de Código de Derecho Canónico. Ni los nombramientos de altos cargos en la Curia han sido determinantes para que las cosas cambien. Ni ha podido acabar con las firmes y sólidas convicciones de los cardenales que están en contra de su forma de ejercer el cargo de Sucesor de Pedro. Entonces, después de casi tres años de papado, ¿a dónde nos lleva este hombre? A una nueva y mayor desilusión en la reforma de la Iglesia, piensan o temen no pocos.
En fin, no sé si estoy exagerando. Ni soy quién para asegurar si tienen o no tienen razón los “profetas de desgracias”, que diría Juan XXIII. Lo que sí creo que puedo (y debo) preguntar es esto: ¿quiénes son los que afirman con seguridad que este papa ha fracaso? Ciertamente no dicen semejante cosa ni los pobres, ni los enfermos, ni los niños, ni los que se han quedado sin trabajo, ni las gentes que viven en barrios marginales, ni los que huyen de las guerras, de las hambrunas, de los países en los que se ven explotados o en situaciones de inseguridad, miedo y desesperanza. ¿Por qué será esto así?
Asegurar que este papa ha fracasado es, más que nada, desear que fracase. Y por tanto, desear que las cosas sigan, en la Iglesia, como estaban en los papados anteriores. O quizá – en el extremo opuesto – lo que algunos desean es que la Iglesia cambie, de la noche al día, a golpe de decisiones doctrinales y legales, que obliguen a infinidad de personas a pensar de manera distinta a como vienen pensando desde que eran niños. Pero, ¿es que un papa puede hacer semejante cosa en dos o tres años?
Pongamos los pies en el suelo. El papa, sea quien sea, no puede ser agente de división, sino modelo de tolerancia, respeto y comunión. Pero eso, en una Iglesia tan dividida y fragmentada como la que tenemos, no se consigue sino desde la bondad y la misericordia. Ejercer el papado no es hacer política, Y, menos aún, imponer decisiones que, en el mejor de los casos, se soportan, pero no se integran en la vida de las personas. La gente integra y hace suya en sus vidas, no lo que se les impone por obligación, sino lo que les atrae por seducción. El día que una notable mayoría vea en el Evangelio un “proyecto de vida”, que alivia penas, fomenta la felicidad y da sentido a nuestras vidas, ese día la Iglesia cumplirá con su tarea en este mundo y será distinta. Pues eso, ni más ni menos que eso, es lo que el papa Francisco está intentando hacer. Y es lo que la que va a hacer, si es que entre todo le dejamos hacerlo.


Termina el Sínodo de los Obispos: grandes expectativas, pequeños cambios; Oct 28 2015

 Enviado a la página web de Redes Cristianas
Observatorio Eclesial 

Este sábado concluyó en Roma la XIV Asamblea General del Sínodo de los Obispos, tras tres semanas de intensos y difíciles trabajos en lo que pudiéramos llamar el acontecimiento más importante de la Iglesia católica en los últimos 50 años, después del Concilio Vaticano II que justo este año (8 de diciembre) cumple medio siglo de haberse concluido.
Esta peculiar importancia no radica tanto en la forma como en el fondo: aunque fue importante el carácter participativo con que se llevó a cabo, con encuestas y reuniones previas cuyo objetivo era tomar en cuenta a toda la comunidad eclesial y todas las comunidades eclesiales, sobresale la recuperación del espíritu de sinodalidad en la iglesia, que no significa otra cosa que hacer valer la voz de los obispos en igualdad de condición con la voz del papa, quien dejará muy claro en algunas de sus intervenciones durante el Sínodo que él está ahí como obispo de Roma y no de todas las diócesis del mundo, abriendo la posibilidad a un diálogo eclesial eficaz que no había ocurrido, decíamos, desde el Concilio Vaticano II.
Pero, hay que reconocerlo también, los resultados de esta asamblea sinodal han sido demasiado pocos y menores en relación a las grandes expectativas que se generaron en torno a él y respecto de un cambio significativo de la doctrina y praxis eclesiales en torno a puntos sensibles del tema de la familia: la comunión a divorciados vueltos a casar, el reconocimiento de la diversidad de familias en la sociedad y la iglesia, y las raíces socio-económicas (y no sólo morales) de la actual crisis de la otrora llamada célula fundamental de la sociedad.
En su discurso al final de los trabajos sinodales el papa Francisco ha dicho que los trabajos no han concluido, y también reconocido que tampoco se han encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia. Falta esperar su exhortación apostólica para medir el alcance real de este acontecimiento, pero es muy probable que los frutos más eficaces se den en las iglesias locales, donde desde hace décadas viene ocurriendo lo que hasta ahora el sínodo ha dejado sólo como una posibilidad: una pastoral de lo familiar que tome en cuenta (sin satanizar) los grandes cambios socio-culturales que en el mundo se estan dando y que afectan a la familia, y actúe en consecuencia no desde una moral casuística, sino contextual y amorosa.
Por lo demás, más allá de posibles o imposibles aplicaciones o avances eclesiales, la realización de la asamblea de los obispos es reveladora por sí misma, ya que arroja un meridiano diagnóstico del estado de saludo de la institución católica desde lo que se ha convertido últimamente su más alto mecanismo de toma de decisiones: el sínodo. Más allá de un papa progresista, abierto al cambio, está una iglesia que se debate entre el pasado y el presente, entre la doctrina y la realidad, entre el anquilosamiento y el ansia de renovación, entre la testarudez y el diálogo.
Podemos, pues, vaticinar que poco cambiará en el discurso oficial católico sobre la familia y la sexualidad después de este Sínodo, con la misma certeza que podemos decir que algo definitivamente profundo está cambiando en las familias católicas, y que no puede ser ignorado por una institución religiosa que asienta sus bases sobre ellas. La Relatio Finalis emitida al final de estas tres semanas (4 al 25 de octubre) de trabajo deja entrever al menos la conciencia que tienen los obispos de que dichos cambios están aconteciendo, aunque no se atrevan a asumirlos y enfrentarlos, más por miedo que por una auténtica certeza o fidelidad cristiana.
@ Observatorio Eclesial
Discurso completo del papa al término de los trabajos del Sínodo de los Obispos sobre la Familia
Relatio Finalis (Documento final) del Sínodo de los Obispos al papa Francisco [en italiano]


3er Domingo de Adviento; diciembre 13 del 2015; José Antonio Pagola.

¿Qué podemos hacer?

La predicación del Bautista sacudió la conciencia de muchos. Aquel profeta del desierto les estaba diciendo en voz alta lo que ellos sentían en su corazón: era necesario cambiar, volver a Dios, prepararse para acoger al Mesías. Algunos se acercaron a él con esta pregunta: ¿Qué podemos hacer?
El Bautista tiene las ideas muy claras. No les propone añadir a su vida nuevas prácticas religiosas. No les pide que se queden en el desierto haciendo penitencia. No les habla de nuevos preceptos. Al Mesías hay que acogerlo mirando atentamente a los necesitados.
No se pierde en teorías sublimes ni en motivaciones profundas. De manera directa, en el más puro estilo profético, lo resume todo en una fórmula genial: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, que haga lo mismo". Y nosotros, ¿qué podemos hacer para acoger a Cristo en medio de esta sociedad en crisis?
Antes que nada, esforzarnos mucho más en conocer lo que está pasando: la falta de información es la primera causa de nuestra pasividad. Por otra parte, no tolerar la mentira o el encubrimiento de la verdad. Tenemos que conocer, en toda su crudeza, el sufrimiento que se está generando de manera injusta entre nosotros.
No basta vivir a golpes de generosidad. Podemos dar pasos hacia una vida más sobria. Atrevernos a hacer la experiencia de "empobrecernos" poco a poco, recortando nuestro actual nivel de bienestar, para compartir con los más necesitados tantas cosas que tenemos y no necesitamos para vivir.
Podemos estar especialmente atentos a quienes han caído en situaciones graves de exclusión social: desahuciados, privados de la debida atención sanitaria, sin ingresos ni recurso social alguno... Hemos de salir instintivamente en defensa de los que se están hundiendo en la impotencia y la falta de motivación para enfrentarse a su futuro.
Desde las comunidades cristianas podemos desarrollar iniciativas diversas para estar cerca de los casos más sangrantes de desamparo social: conocimiento concreto de situaciones, movilización de personas para no dejar solo a nadie, aportación de recursos materiales, gestión de posibles ayudas...
La crisis va a ser larga. En los próximos años se nos va a ofrecer la oportunidad de humanizar nuestro consumismo alocado, hacernos más sensibles al sufrimiento de las víctimas, crecer en solidaridad práctica, contribuir a denunciar la falta de compasión en la gestión de la crisis... Será nuestra manera de acoger con más verdad a Cristo en nuestras vidas.


3er Domingo de Adviento; Diciembre 13 del 2015

Sofonías 314-18; Isaías 12; Filipenses 44-7; Lucas 310-18

Llegamos al 3er domingo de Adviento. La Navidad cada día está más próxima, y esto nos invita a prepararnos para ella. Particularmente este domingo resalta la alegría. En medio de una cierta expectativa de los domingos anteriores que implicó vigilancia, espera, tensión, hoy la liturgia deja salir los sentimientos; quiere que nos alegremos, que salga espontáneamente el gozo que el nacimiento de Jesús y la salvación que llega con Él, nos trae.
Canta, hija de Sión, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón” –nos dice el profeta Sofonías. Y lo mismo señala San Pablo: “Alégrense siempre en el Señor; se lo repito, ¡Alégrense!... El Señor está cerca. No se inquieten por nada”.
Cierto, la invitación es clara: se trata de alegrarnos; pero, ¿cómo alegrarse? ¿Cómo cantar cuando uno no sólo vive como esclavo, sino realmente lo es?, como le sucedió al pueblo de Israel durante su  exilio. Algo semejante experimentamos. El panorama del país es oscuro: desde hace tiempo los nubarrones están sobre nuestra nación y nada bueno se augura para el próximo año que está por nacer, para el 2016. ¿Cómo pueden alegrarse los padres de hijos desaparecidos, los familiares de las mujeres que han sido asesinadas, las familias cuyos ingresos no pueden satisfacer las necesidades mínimas de sus hogares y se ven obligados a migrar, arriesgando todo, incluso la vida?
Sofonías, en la primera lectura, nos da una clave de inicio: “No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti. Él se goza y se complace en ti; él te ama y se llenará de júbilo por tu causa”. Este es justo el motivo de esperanza que surge de la Navidad. Nuestro Dios se hace “Emanuel”; se hace un “Dios con nosotros”; viene una vez más a nacer en medio de nuestra tierra para reanimar a los de corazón apocado, a los que han perdido la fe, a los que se han cansado de luchar por la justicia, por una nueva sociedad. Por eso se nos pide “no temer” y que “no desfallezcan nuestras manos”. El Dios que nos acompaña es poderoso, es nuestro salvador, está en medio de nosotros. Nos ama y se llena de gozo por nuestra causa.
San Pablo refuerza la esperanza: “Alégrense siempre en el Señor… El Señor está cerca. No se inquieten por nada”.
Esta es la primera manera de prepararnos para la Navidad: abrir la conciencia y el corazón a la presencia de Dios en nuestra historia. Él no se ha olvidado de nosotros, de nuestras luchas y esperanzas; pero hay que hacerlo presente en nuestras vidas; hay que interiorizarlo; hacerlo “compañero de camino”, de día y de noche. Navidad implica, –como una primera actitud- la renovación de la presencia de Dios en nuestros corazones. En Él somos fuertes; Él renueva nuestra esperanza; fortalece nuestros brazos cansados; reanima nuestras piernas vacilantes.
Pero, como siempre, no le podemos dejar todo a Dios; no basta con tener la certeza de que nos acompaña. Él sin duda nos anima y sostiene, pero no hace la tarea por nosotros. Jamás le podremos echar la culpa a Él del desastre que hemos hecho de nuestra tierra. Navidad también implica responder a las invitaciones que nos hace Juan Bautista en el Evangelio de este domingo. Es sorprendente la conciencia social que tenía Juan hace 21 siglos. Y lo más maravilloso es que usando un signo sacramental, como era el Bautismo, no lo sacraliza reduciéndolo exclusivamente a un acto religioso.
Para Juan, el bautismo implicaba necesariamente un “cambio de corazón”, una “metanoia”, una conversión radical de toda la persona. Bautizarse era rehacer las relaciones con Dios y con los seres humanos, con las personas con las que uno tenía que convivir. Y eso lo veía como preparación al bautismo que Jesús estaba ya próximo a realizar: un bautismo “con el Espíritu Santo y con fuego”.
Es decir, prepararnos hoy a la Navidad, a la venida de Jesús, implica revisar qué tanto respondemos a las invitaciones de Juan Bautista. Veamos:
1.     No invita a quedarse en el desierto, sino a la solidaridad: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo
2.     Invita a practicar la justicia: “no cobren más de lo establecido”.
3.     Invita a no caer en la corrupción, a ejercer honestamente el poder: “No extorsionan a nadie ni denuncia a nadie falsamente”.
4.     En pocas palabras, invita a vivir honesta, justa y humanamente la existencia cotidiana con todas las relaciones que esto implica: familiares, sociales, laborales, políticas.
El bautismo es un acto para toda la vida; pero la conversión es una decisión de cada día. Navidad implica un gran gozo, cierto; pero igualmente un cambio de corazón, una revisión profunda de nuestras relaciones para con los demás. La navidad no sólo se prepara con regalos, comidas, brindis, alegría; sino con un nuevo compromiso en favor de la justicia y del amor.