Sabiduría 212. 17-20; Salmo 53; Santiago 316-43;
Marcos 930-37
La “Crisis Galilea” ha
aportado una “novedad” muy poco agradable para los discípulos. Ellos creían
haber comprendido ya el mensaje de su Maestro, pero aún estaban muy distantes
del mismo. Parece muy fácil entender de una vez por todas lo que Jesús quiere,
y nos imaginamos que ya no hay más revelación, más “novedad”. Como si
capturáramos la revelación en esquemas conceptuales precisos, rígidos,
delimitados, de los cuales ya no queremos o pensamos que hay que movernos. ¿Para
qué queremos algo más, especialmente cuando cuestiona y contradice aspectos de
nuestros comportamientos y actitudes fundamentales de nuestra vida? Acogemos lo
que nos gusta y lo demás lo rechazamos. Esto fue lo que les sucedió a los
discípulos.
A partir de la Crisis
Galilea, cuando Jesús se da cuenta que su estrategia de curaciones,
predicación a las masas, expulsión de endemoniados, etc., no había logrado
traslucir lo que Él era y su relación con el Padre, entonces decide cambiarla:
decide modificar sustancialmente lo que hasta ahora venía haciendo: se aparta
de las multitudes; se dedica a enseñar a los 12; hace menos milagros…; pero, lo
más duro, es que decide confrontarse directamente con los poderes establecidos.
No le queda otra alternativa. Su estrategia primera, casi podríamos decir
“triunfante”, no ha conseguido lo esperado. El poder sigue dominando, las masas
siguen pisoteadas, su proyecto de Reino no llega. Y ahí decide reforzar su
relación con los más cercanos y abiertamente confrontarse con los poderes
establecidos. Por eso, era natural que se cerniera sobre Él un panorama
sumamente sombrío. Confrontar el poder sólo con su persona, sus actitudes, su
coherencia, sus palabras, sólo prefiguraba un final nada feliz.
Y eso es el contenido más difícil de aceptar que ahora implica esa
“novedad” que descoloca a los suyos. Aparentemente el mensaje implicaba sólo
una bondad maravillosa: a los pobres se les anuncia el evangelio, se libera a
los cautivos, se cura a los enfermos, se declara el año de gracia. Hasta ahí
ningún problema. Se podría decir que la utopía se estaba desplegando ante sus
ojos. Pero, de pronto, Jesús cambia y endurece radicalmente sus comportamientos.
Y al saber que su situación se volverá sumamente delicada, peligrosa, comprometida,
previene a los suyos: “El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los
hombres; le darán muerte…; pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo
de pedir explicaciones”. Pero, ¿el miedo era a entender o a verse ellos mismos
involucrados en una lucha a muerte, no sólo sumamente dolorosa, sino
absolutamente incomprensible?
El mensaje de Jesús siempre es novedoso, desconcertante, pero
sobre todo, se va desplegando día a día; y para ello, hemos de estar
dispuestos, abiertos, sedientos de ver en cada momento cuál es la nueva palabra
que el Hijo de Dios está dirigiendo a nuestra vida cotidiana.
Cuando los discípulos reciben el llamado de Jesús por primera vez
“dejan las redes” inmediatamente y lo siguen: sin condiciones, sin preguntas, sin
restricciones. Pero el llamado era algo más que esa primera respuesta. Había
otras “redes” en las que estaban atrapados, y aún, incluso después de varios
meses de estar con Él, no las habían podido romper. Jesús ha promovido el
respeto, el amor a la vida, el perdón, la solidaridad, el servicio; está
totalmente abocado hacia los otros: se acerca a la gente, los cura, los
levanta, los libera; pero, como muestra el Evangelio, ellos siguen “enredados”
en actitudes que no son las del Reino, las de Jesús. Siguen sin entender la
“novedad” radical del Evangelio que implica una ruptura total con los valores
del “mundo”. No es la fama, el poder ni el prestigio, lo que Jesús les ha
enseñado; pero ellos siguen actuando con los criterios del mundo. Discuten no
cómo seguir los pasos de Jesús, cómo anunciarlo, cómo prestar un mejor
servicio…, sino sobre quién de ellos es el más importante.
Jesús los descubre, los llama y vuelve a anunciar su novedad: “Si
alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos”. Luego hizo un gesto profético. Toma un niño, lo pone en medio de ellos
y lo abraza, anunciando así su profunda identidad con los más pequeños: “El que
reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe…” Definitivamente la
“novedad” de Jesús se opone radicalmente a los valores que nos ofrece la
sociedad actual.
La epístola de Santiago enuncia esos valores mundanos que nos apartan del Reino: las
envidias, rivalidades, las malas pasiones, la codicia, la ambición, los
placeres, que siempre están en guerra dentro de nosotros mismos y terminan
asesinando o haciendo la guerra. Por el contrario, nos propone la sabiduría, el
ser amantes de la paz, comprensivos, dóciles, misericordiosos, imparciales,
sinceros, la justicia…
La moneda está en el aire. ¿Estamos libres para aceptar
irrestrictamente el Mensaje novedoso de Jesús o seguimos atrapados en redes que
nos retienen en los valores del mundo?