A muchos en Estados Unidos no les ha gustado. La Evangelii Gaudium, la
Exhortación Apostólica del Papa Francisco que en Europa ya corre el riesgo de
caer en el olvido, como todos los documentos papales pasados y futuros, en
Norteamérica está dando mucho que hablar.
Según el periodista radiofónico Rush
Limbaugh, que goza de una audiencia de veinte millones de oyentes y de un
contrato millonario, el Papa «no sabe de qué habla cuando se refiere al
capitalismo y al socialismo». Califica las afirmaciones de su Carta como «puro
marxismo en boca de un Papa». En su opinión, no existe un capitalismo sin
límites como el que describe Francisco, ni tampoco la Iglesia católica está en
condiciones de dar lecciones sobre este tema.
Consideraciones de las que se ha
hecho eco uno de los líderes del Tea Party, Jonathon Moseley, para quien «Jesús
está llorando en el cielo por las palabras del Papa», ese Jesús que «hablaba al
individuo, nunca al Estado o a la política de un gobierno. Era un capitalista
que predicaba la libertad personal, no un socialista».
Pero estas posiciones de Limbaugh y
Moseley no están aisladas. Frente a opiniones positivas como las expresadas por
The Guardian, el periódico de los laboristas ingleses, y el Washington Post,
expresión del ala liberal norteamericana, la revista económica Forbes ha
dedicado a la Evangelii Gaudium una serie de artículos muy críticos. En su
opinión, sobre este Papa pesa la ascendencia peronista, su búsqueda de una
“tercera vía” entre capitalismo y socialismo, la sugestión de la teología de la
liberación, la cercanía con los análisis del Premio Nobel Joseph Stiglitz, muy
valorado por Mons. Marcelo Sánchez Sorondo, el canciller argentino de la
Pontificia Academia para las Ciencias Sociales. Como guinda de todas estas
críticas, destaca la postura del más ilustre exponente del capitalismo católico
norteamericano, Michael Novak, autor de “The Spirit of Democratic Capitalism”,
que marcó el punto de encuentro entre católicos y republicanos en la gran alianza
político-religiosa patrocinada por el presidente Reagan en los años ochenta
contra el comunismo mundial.
Novak se ha mostrado sorprendido por
ciertas afirmaciones «sesgadas y sin fundamento» por parte del Pontífice:
«algunas de las críticas más duras lanzadas por este texto resultan tan
apasionadas e intencionadas que hacen perder de vista la habitual serenidad y
generosidad de espíritu que caracterizan al Papa Francisco. Naturalmente, a
estas críticas han dedicado su atención los medios, como Reuters y The
Guardian. Entre ellas destacan “las teorías de la recaída favorable”, la
“tiranía invisible”, la “idolatría del dinero”, la “inequidad”, y la necesidad
de una “vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser
humano"». Según Novak, se trata de afirmaciones sobre el sistema
capitalista que no son de recibo. «De Max Weber en adelante, el pensamiento
social católico ha sido acusado de ser la causa de la pobreza en muchas
naciones católicas. Y precisamente sobre esta vertiente, el Papa Francisco
refuerza casi de un modo desapercibido las tesis de Weber».
El resentimiento de Novak es
comprensible. Conocido como el Weber católico, aquel que en el lugar de La
ética protestante y el espíritu del capitalismo de Weber ponía la ética
“católica” como verdadero fundamento del capitalismo “democrático”, se
encuentra ahora con un pontificado que desconfía de ese sistema que él, desde
siempre, contribuyó a legitimar y a librar de cualquier posible acusación. Hay
un punto, entre los muchos de la Evangelii Gaudium, que resulta inaceptable
para Novak: «su superficial alusión a las teorías de la “recaída favorable”».
Es la teoría del trickle-down, punto central del modelo liberal.
Como escribe el Papa en su Carta: «En este contexto, algunos todavía
defienden las teorías de la “recaída favorable”, que suponen que todo
crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar
por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que
jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua
en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos
sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos
siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o
para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una
globalización de la indiferencia» (Evangelii gaudium, 54). Una crítica que no
ha gustado a Novak. Sobre todo la idea de que el modelo capitalista no haya
sido confirmado por los hechos como fuente generalizada de bienestar. La
respuesta, incómoda, dada la nacionalidad del Papa, reside en el hecho de que
en «Argentina y en otros sistemas estáticos, privados de cualquier mecanismo de
movilidad social, este comentario sería comprensible. Sin embargo, allí donde
generaciones enteras, como en Norteamérica, demuestran la eficacia de la
movilidad social, la afirmación del Papa no se corresponde en absoluto con la
verdad. La movilidad social promovida por ciertos sistemas capitalistas representa
la realidad vivida y experimentada de un vasto porcentaje de la población
americana y no una “confianza burda e ingenua”».
La crítica de Novak, es decir, del
más ilustre católico capitalista en los USA, demuestra, en su nerviosismo, de
qué modo la Evangelii gaudium ha dado en el blanco. Hasta el punto de que el
propio pontífice, en su entrevista con Andrea Tornielli para La Stampa (“Jamás
tener miedo a la ternura”, 15 de diciembre de 2013), tuvo que puntualizar el
controvertido punto señalado por Novak: «En la Exhortación no hay nada que no
se encuentre en la Doctrina social de la Iglesia. No hablé desde un punto de
vista técnico, traté de presentar una fotografía de lo que sucede. La única
cita específica fue sobre las teorías de la “recaída favorable”, que suponen
que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra
provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Se prometía
que, cuando el vaso hubiera estado lleno, se habría desbordado y los pobres se
habrían beneficiado. En cambio sucede que, cuando está lleno, el vaso, por arte
de magia, crece y así nunca sale nada para los pobres. Esta fue la única
referencia a una teoría específica. Repito, no hablé como técnico, sino según
la Doctrina social de la Iglesia. Y esto no significa ser marxista».
Lo que llama la atención es la
aclaración final. Acostumbrados, después de 1989, a una legitimación sin
condiciones de la globalización capitalista, celebrada como “fin de la
historia” y como panacea de todos los males, cualquier crítica contra ella
asume el sentido de una posición cripto-comunista. La Evangelii Gaudium rompe
el muro de silencio y lanza una piedra, potente, al estanque de las ideas. Ya
lo había intentado Benedicto XVI en su Caritas in Veritate, una encíclica que
contenía grandes novedades y óptimas puntualizaciones críticas. En comparación
con ella, la exhortación apostólica parece más resuelta, toma el toro por los
cuernos y no teme gritar al mundo los límites, evidentes para todos después de
la debacle financiera de 2008, de un modelo económico que, confiado a sí mismo,
corre el riesgo de arrastrar el mundo entero.
Límites estructurales y no periféricos. Hasta Novak reconoce que los
potenciales efectos deshumanizantes del capitalismo pueden mitigarse, a los
márgenes del sistema, con la actividad caritativa y asistencial propia del
cristianismo. Pero no admite que la caridad pueda traducirse en política, de
modo que pueda afrontar las causas “estructurales” que, según el Papa
Bergoglio, amenazan actualmente la concordia interna y externa de los pueblos,
la paz. «Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del
más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta
situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin
trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo
como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a
la cultura del “descarte” que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente
del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la
exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la
que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder,
sino que se está fuera. Los excluidos no son “explotados” sino desechos,
“sobrantes”» (Evangelii gaudium, 53).
La crítica al sistema
capitalista-financiero impuesto después del 89 es una crítica a un sistema
“asocial”, fundado sobre la exclusión. Exclusión de los desempleados, de los
jóvenes, de los pobres, de los invisibles. Exclusión de la ética y de la
política.
«¡Cuántas palabras se han vuelto
molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable
de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes,
molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable
de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un
compromiso por la justicia» (Evangelii Gaudium, 203). Para el Papa Francisco,
la cuestión está clara: «Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la
mano invisible del mercado» (Evangelii gaudium, 204).
Hay que intervenir activamente para
promover una equidad que no coincide con el mero crecimiento económico. «Estoy
lejos –escribe el Papa– de proponer un populismo irresponsable, pero la
economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando
se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando
así nuevos excluidos» (Ibidem). La esfera económica no puede reivindicar una
autonomía absoluta, ni mucho menos una prioridad sobre la política.
Es necesario un retorno al primado de
la política, que tenga como horizonte el bien común social. «La política, tan
denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la
caridad, porque busca el bien común. Tenemos que convencernos de que la caridad
“no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la
familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las
relaciones sociales, económicas y políticas”. ¡Ruego al Señor que nos regale
más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de
los pobres!» (Evangelii gaudium, 205).
Una cosa es cierta: raramente un
texto del magisterio social de la Iglesia ha hablado con más fuerza. Llama la
atención, en la exhortación de Francisco, el tono, el paso del análisis
descriptivo a la primera persona, la implicación directa del pontífice, la
cólera frente a un mundo que tendría todos los medios posibles para aliviar los
sufrimientos y la marginación de millones de seres humanos y no lo hace. «El
Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de
Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos,
promocionarlos» (Evangelii Gaudium, 58). Una provocación que, por lo que
parece, ni Forbes ni Michael Novak han recibido con agrado.