domingo, 23 de febrero de 2014

7° domingo Ordinario, Febrero 23 del 2014

La invitación que hoy nos hace el evangelio es quizá una de las más fuertes que está presente en toda la Biblia: “Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”, según lo refiere el evangelio de Mateo. Pero no sólo es Jesús quien nos dicta ese imperativo, sino también el texto de la Primera Lectura en el Levítico, aunque con una pequeña variante: no habla de “perfección”, sino de “santidad”: “Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo”.
De ahí, la pregunta que inmediatamente se nos viene al corazón: ¿quién puede cumplir ese mandato?, algo parecido a la reacción de Pedro ante la exigencia de Jesús en torno a la pobreza: “¿Quién podrá salvarse”? Difícilmente podemos ser “santos” como los que la Iglesia ha elevado a los altares. ¿Podemos, entonces, ser santos o perfectos como Dios?
González Faus, teólogo de la liberación, comentaba este texto diciendo que “es más una revelación que un imperativo. Uds. son santos y perfectos, porque yo, su Padre, lo soy”. Como si Dios nos dijera: “De verdad, créanselo; Uds. son mis hijos y por eso ya son como yo. La santidad de ser hijos de Dios ya está en su corazón. Disfruten, gocen esta realidad; aunque sus comportamientos aún disten mucho de llegar a ser como yo quisiera que fueran”.
Sea como sea, lo que queda claro es que si Dios en su palabra dirigida a los creyentes, nos invita a este ideal que a nuestros ojos parece inalcanzable, para Dios no lo es: “lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios”. Y eso transforma el imperativo en gozo y en paz. Dios se ha hecho aliado con nosotros y nos acompaña en el camino de la vida, para ir siendo cada día más como Él quiere; para irnos haciendo “a su modo”. Él se ha comprometido en Jesús a acompañarnos en esta gracia de llegar a ser día tras día, más plenamente parecidos a Dios. De ahí que el imperativo se transforma en gozo: “alégrense, porque son como Dios; han sido creados a su modo; gocen realmente su filiación divina”.
La pregunta ahora es de qué se trata: ¿cómo es la santidad de Dios?; pues si no, no sabremos por dónde tenemos que caminar. Y la respuesta es de lo más sencilla; pero, una vez más, de lo más exigente: “Sean como su Padre celestial que hace llover sobre buenos y malos”. Ser como Dios es buscar una justicia mayor que la de los escribas y fariseos; es trasformar las leyes de nuestro mundo, heredadas de las culturas primitivas como la misma judía, que sancionan lo que espontáneamente tiende a hacer el ser humano, como herencia hasta cierto punto de la misma vida animal: proteges o amas a los tuyos; pero odias al enemigo o, al menos, lo ignoras y desprecias.
Y aquí está el punto de inflexión con todas las culturas anteriores. Por eso se muestra tan terrible esta invitación. Ya no hay que odiar al enemigo; más aún, no sólo ignorarlo o dejarlo en paz; hay que amarlo. Sí, amar al enemigo; darle más de lo que pide, de lo que quita, de lo que exige… Esto es la gracia, lo divino, el modo de ser de Dios; lo otro sigue siendo simplemente humano; nada más.
Es impresionante el cambio radical que está proponiendo Jesús. No es fácil de entender, pero menos de vivir. Por eso dice San Pablo a los Corintios. Si actuamos con los criterios de este mundo, jamás podremos entender la propuesta del evangelio; pues esa sabiduría mundana, sólo es ignorancia ante Dios. Por eso, si alguien se aferra a los criterios de este mundo, jamás podrá entender la sabiduría de Dios.
Esta es la 2ª invitación radical: o cambiamos nuestra mentalidad, o no podremos entender la sabiduría de Dios, ni tampoco por qué ya somos “santos” y “perfectos” como Dios.
Finalmente, es fundamental entender por qué Dios nos pide esto. ¿Dónde está la sabiduría de este mandato? Justo  en lo que esa conversión interior del corazón va a producir. Si para Dios, nuestro Padre, la salvación se juega en la relación con lo demás, especialmente en el compromiso con los más pobres o con las víctimas de los sistemas sociales, entonces es evidente que “el ojo por ojo” del Antiguo Testamento y del resto de los códigos éticos de la humanidad, o la “venganza”, o incluso la indiferencia, jamás construirán el Reino que Dios tiene destinado para sus hijos. Si no rompemos este círculo vicioso entre el mal que nos hacen y la venganza o desprecio que nos brinca espontáneamente, jamás podremos hacer que la humanidad sea como Dios quiere que, a final de cuentas se convierte en el único camino real hacia la felicidad.
Y como es “gracia” poder responder a esta invitación, hay que pedirla y disponernos a recibirla.


domingo, 16 de febrero de 2014

6° domingo Ordinario Febrero 16 del 2014


Hablar de los mandamientos, de los mandatos, de la ley, no es una cuestión fácil, y menos lo es tener una postura ética o moral coherente y libre. Mantener el justo medio es sumamente complicado, pues de fondo está la enorme capacidad de engañarnos a nosotros mismos o el difícil tema de saber manejar nuestros afectos interiores –como lo mostró San Ignacio-; pues frecuentemente se nos convierten en “complejos”, quienes –como si fueran nuestros amos- van mandando en nuestro interior.
¿Qué quiere decir lo anterior? Que la misma ley se convierte frecuentemente en pretexto  para hacer lo que nos conviene o en instrumento para satisfacer nuestros traumas. Una persona insegura, se va a proteger en la ley para tomar sus decisiones (miedo a la libertad); y una persona  que ha estado dominada por la norma, la verá como algo que destruye su personalidad, su libertad, y así su empeño será ponerse a sí mismo la ley: “nadie o nada de fuera puede mandar sobre mí”. Para otros brincarse la ley, será manifestación de “inteligencia”, como con el tema de los impuestos.
Pero, ¿qué es la ley? No es más la expresión del orden que existe en la naturaleza, en el mundo, en el ser humano, que va siendo captado y formulado, a fin de que la vida sea viable.
La primera complicación es la relatividad de la misma ley; pues las costumbres o modos de ser de un país no son iguales a otro; al mismo tiempo que toda regulación es formulada y expresada por una o un grupo de personas: la iglesia, los papás, la escuela, las legislaciones, etc. De ahí, entonces, ¿por qué obedecer o a quién obedecer?
Sea como sea, el caso es que no podemos vivir en una total anarquía, pues el ser humano vive en relación con el otro, y algún orden mínimo tiene que guardar si se quiere sobrevivir o asegurar la vida de la especie y las especies. Tema muy complicado, pero del que no podemos prescindir ni dejar de iluminar, cuando menos un poquito, desde el la Escritura. ¿En qué, pues, nos ilumina la palabra de este domingo?
Fundamentalmente, pienso que en 2 cosas, conforme las lecturas.
La primera, curiosamente la más antigua en el tiempo, el Eclesiástico, en dos párrafos destaca los elementos centrales de nuestro tema:
El primero, es la libertad. Sin ella, simplemente, el hombre no se puede realizar. Determinar la voluntad de una persona, aún para hacer el bien, como la película de la Naranja Mecánica, implica la destrucción de la esencia humana. Ni Dios puede obligar. Puede invitar a hacer algo o manifestar las consecuencias de una decisión o de otra; pero no imponer. Por eso dice: “Si quieres, puedes guardar los mandamientos; permanecer fiel es cosa tuya. El Señor ha puesto delante de ti fuego y agua: extiende la mano a lo que quieras…” A final de cuentas, es nuestra la responsabilidad. No le podemos echar la culpa a Dios de lo que nos pase.
Lo segundo, es que cada decisión tiene consecuencias sobre nosotros y sobre los demás o sobre la naturaleza. Expresar las consecuencias y prevenirlas es la función de la ley. Ella sólo nos advierte lo que puede pasar y nos señala lo que la experiencia y la reflexión van considerando como lo mejor para el ser humano. Hay que evitar querer siempre “descubrir el hilo negro”.
Lo tercero, que también lo retoma la Carta a los Corintios, afirma que la esencia de la felicidad es abrazar la sabiduría de Dios. Es decir, que en mis decisiones siempre tenga delante de mí la sabiduría de Dios “que ha sido revelada por el Espíritu”. Entonces mis decisiones serán correctas y me conducirán a la felicidad.
El evangelio complementa lo anterior con un criterio fundamental para que, más allá de nuestros traumas y capacidad de autoengaño, podamos hacer un uso sensato de la ley. El tema no es “abolir la ley”, sino “radicalizarla”. Esto significa que hay que ir más allá de la formalidad, de lo literal, para descubrir lo que está en lo profundo de la ley; y es que el hombre no puede estar en función de la ley, en última instancia; sino la ley, en función del hombre. Es decir, en función de una justicia mayor, de un orden superior, de una manera de comportarnos en nuestras relaciones que logre destrabar todo aquello que sólo provocará más violencia, injusticia, destrucción de la comunidad humana. La ley por la ley, mata; lo importante es el ser humano y el compromiso por preservar su vida, aunque esto nos implique renunciar a una justicia vengativa, inmisericorde, que nos pueda resultar “muy dulce y atractiva”.
Para el Evangelio, en consecuencia, el centro de cualquier ley o norma es el ser humano, y la invitación es a preservar su vida, desde su libertad y la mía. Ninguna ley que destruya al otro, puede ser querida por Dios. Lo que sí quiere es que hagamos todo lo posible porque el ser humano realice el destino de felicidad para el que Dios lo creó. “Delante de nosotros están el fuego y el agua”. De nosotros depende por lo que optemos.




domingo, 2 de febrero de 2014

La resistencia de los obispos mexicanos ante el papa Francisco

La Iglesia mexicana debe superar inercias frente a los nuevos ordenamientos de renovación que envía Francisco


Mientras el papa Francisco cubría su agenda en Brasil en medio de millones de jóvenes, el cardenal mexicano Norberto Rivera Carrera, muy confortable, degustaba costosos vinos en el pueblo gallego de Avión, España. Mientras el Papa demandaba en Río de Janeiro a los obispos latinoamericanos abandonar la “psicología de príncipes” y avocarse a la tarea pastoral con el pueblo, el prelado mexicano jugaba dominó y compartía manjares con grandes magnates como Carlos Slim, Olegario Vázquez Raña, Miguel Alemán y el acaudalado español, Amancio Ortega. Así lo atestiguaron las fotos mostradas por la revistaProceso. Peor aún, el cardenal Rivera semanas antes en la misa cuaresmal había planteado a su clero, que “el papa quiere que nos comprometamos con los más pobres. ¿Se trata de una revolución? No… (tampoco) se trata de asumir poses y menos aún de fingimientos, sino de vivir con amor, sencillez y autenticidad”. Este ejemplo discordante, entre muchos otros, muestra que la Iglesia mexicana debe superar inercias frente a los nuevos ordenamientos de renovación que envía Francisco. Estas inercias van más allá del uso de autos lujosos, anillos y ostentaciones de esas que les encanta hacer gala a algunos miembros encumbrados de la jerarquía católica, hay que decirlo: existen obispos opulentos. El problema es más de fondo y apunta a la identidad religiosa de la Iglesia, en la que existe actualmente una fuerte tensión entre la misión y la institución.
La sorpresiva e inesperada presencia del papa Francisco en la conducción de la Iglesia católica en 2013 ha consignado numerosas novedades para una institución en crisis, fracturada al más alto nivel de su conducción en Roma y fuertemente desacreditada por los escándalos de pederastia que minaron su capital moral a nivel planetario. La irrupción de Bergoglio ha aportado una cierta reconciliación con los medios a nivel mundial, esto ha atemperado la presión mundial que pesaba sobre la Iglesia. Pero Francisco representa, de manera especial, una esperanza de reformas profundas en la vida y la práctica de la fe de la Iglesia. En el fondo, Bergoglio no está haciendo más que retomar las orientaciones del Concilio Vaticano II que fueron soterradas por los dos últimos pontificados. La “revolución pastoral” de Francisco es a final de cuentas una provocación a la capacidad de la Iglesia de dialogar con mayor franqueza y profundidad con la cultura contemporánea. Sin embargo, tiene una importante limitación: son cambios que vienen de arriba hacia abajo. Enfrenta inercias, identidades cosificadas y conductas viciadas de una Iglesia encapsulada en su historia y su doctrina como refugio. Francisco enfrenta actitudes de una Iglesia clericalmente imperial, renuente a cambios. Dicho de otra manera, si las propuestas de Francisco, ampliamente difundidas por los medios, no se operan en el terreno de las Iglesias locales de nada servirán. Por ello, es importante a casi un año de su pontificado repasar cómo está incidiendo el conjunto de propuestas, ofertas y nuevo estado de ánimo que presenta el Papa argentino en las Iglesias locales y qué tipo de recepción están haciendo no solo los episcopados, sino el conjunto de la estructura local que incluye a religiosos y a laicos.
En el caso de la Iglesia mexicana, en especial de los obispos, se percibe que la intrusión de Francisco ha provocado una sacudida y hasta agitación a un gastado discurso de condenas y confrontaciones de la moral social. La oferta de Francisco pone en evidencia la incapacidad de los obispos mexicanos para hacer propias las propuestas de renovación que con entusiasmo ha puesto el Papa sobre la mesa. El discurso, y sobre todo la actitud, que Francisco ha venido aportando convulsiona la postura intransigente de las cabezas más visibles del episcopado mexicano. Qué notable diferencia de posturas, del “maricones” con el que hace muy poco el cardenal y anterior arzobispo de Guadalajara, Juan Sandoval, calificaba a los homosexuales, con todo el desprecio cultural de una porción machista de la sociedad mexicana, al “Quién soy yo para juzgar” del papa Francisco. Esta imagen de prepotencia excluyente y dolosa del hosco cardenal de Guadalajara contrasta con la apertura y delicadeza con la que aborda el pontífice jesuita el mismo tema sin apartarse de la doctrina tradicional.
Tampoco el perfil de los obispos mexicanos ayuda mucho. La mayor parte fueron elegidos para ser sumisos y obedientes a las instrucciones de Roma, ¿cómo pedirles ahora que sean protagonistas? El libro “De la brecha al abismo. Los obispos católicos ante la feligresía en México”, trabajo colectivo y de investigación coordinado por Evelyn Aldaz, muestra los principales rasgos de los obispos mexicanos, que son: a) haber entrado al seminario casi niños; b) una formación eclesiástica clerical mediocre, muy pocos obispos poseen una formación en alguna universidad secular y c) el perfil general del episcopado no es pastoral, más bien está orientado hacia cuestiones administrativas y de vínculos políticos. Fruto de una exhaustiva investigación hemerográfica, ese libro muestra también que el principal interlocutor de los obispos es el Estado, es decir, el poder político y económico. El episcopado viene arrastrando una inercia de empirismo político desde las reformas constitucionales de 1991, año del reconocimiento jurídico ante el Estado. Tanto sus reivindicaciones, demandas y agenda son determinadas ante el Estado y los poderes fácticos, no ante la sociedad. Pocas veces los obispos han intentado movilizar a su feligresía porque su capacidad de convocatoria como recurso de presión social es limitada.
La mayor resistencia a los cambios que pide Francisco es que los obispos mexicanos sigan haciendo lo mismo. No todos los obispos quedan a la expectativa, Felipe Arizmendi de Chiapas renueva sus aspiraciones por la ordenación de diáconos indígenas y Raúl Vera, de Saltillo, al norte del país, tiene mayores espacios de maniobra pues se coloca como el prelado más cercano en planteamientos y práctica a Francisco. Pero la tónica general es de letargo y de una cierta displicencia.
El nuncio Christophe Pierre, quien después de seis años se ha convertido en un polo de poder, en la última conferencia general de los obispos en noviembre de 2013 reconoce retrasos en la conversión pastoral que propone el Papa y centra su reflexión en la figura del obispo, con afirmaciones fuertes que pueden ser leídas como severos cuestionamientos a los estilos de vida de muchos obispos, leamos solo algunas expresiones: “El estilo de servicio del obispo al rebaño debería –dice el papa Francisco-, caracterizarse por la humildad, y también por la austeridad y la esencialidad. Por favor. No seamos hombres con la 'psicología de príncipes'. Hombres ambiciosos, que son esposos de esta Iglesia, pero viven en espera de otra más bella o más rica. ¡Esto es un escándalo!.. ¿Existe un 'adulterio espiritual'? No sé, piénselo ustedes. El anuncio de la fe pide conformar la vida con lo que se enseña. Es una pregunta para hacernos cada día: ¿lo que vivo corresponde con lo que enseño?... Todos -¡todos, no solo algunos!-, estamos llamados a ser pobres, a despojarnos de nosotros mismos; y por esto debemos aprender a estar con los pobres, compartir con quien carece de lo necesario, tocar la carne de Cristo. El cristiano no es uno que se llena la boca con los pobres, ¡no! Es uno que les encuentra, que les mira a los ojos, que les toca.”
Los obispos parecen tener temor de cuestionar al gobierno, de romper con sus aliados en el poder, y se han mantenido tibios ante fenómenos como la violencia, la migración, la trata, el respeto a los derechos humanos, Michoacán, etcétera. Ni siquiera han sido firmes con las bajas propias que la Iglesia ha padecido en los últimos años. De acuerdo con el Centro Católico Multimedial durante los últimos 18 años han sido asesinados en el país 24 sacerdotes, siendo el sexenio de Felipe Calderón (2000-2006) el más peligroso para ejercer la vocación religiosa, pues ocurrieron 12 ejecuciones de presbíteros. Pocos saben que después de ser periodista, en este país ser sacerdote es altamente peligroso.
Recientemente fue presentada una investigación sobre las creencias de los mexicanos. La empresa Ipsos Bimsa fue la responsable de ejecutar la megaencuesta con fecha de levantamiento del 24 de agosto al 26 de septiembre de 2013 y que fue patrocinada por el Instituto de Doctrina Social de la Iglesia (INDOSOC), que es una agrupación de católicos que goza de toda la confianza de los obispos que desde hace varios años utiliza las encuestas y estudios para situar la fe de los mexicanos y apoyar a la jerarquía en sus decisiones. Los resultados son contrastantes pues se coloca a la Iglesia como una de las instituciones más confiables del país. Y dentro de ella, las religiosas son las mejores evaluadas y los obispos los peores; solo el 19% de los encuestados aprueba que la Iglesia influya en políticas públicas y solo el 20% aprueba que la Iglesia se exprese o incida en la política. Y 20 % de los encuestados no quiso opinar sobre el aporte social de la Iglesia, mientras que el 28 % de plano consideró que no existe ningún aporte.
La jerarquía mexicana está desconcertada ante las propuestas de reformas que hace el papa Francisco. No sabe qué hacer. Reina cierta pasividad y su silencio estructural indica que teme a los cambios. Algunos obispos están expectantes, otros, no coinciden con Francisco pero tampoco hacen pública su disconformidad. Todos de “dientes para afuera” celebran con sigilo y superficialidad el nuevo discurso del Papa, sin embargo, las inercias se imponen. A diferencia de Brasil, es preocupante la pasividad de los obispos, pues México es el segundo país con el mayor número de católicos en el mundo. La parálisis no puede durar. El escenario invita a que laicos, organizaciones sociales de inspiración católica, sacerdotes y congregaciones religiosas históricas en el país irrumpan y saquen del letargo a su jerarquía paralizada.
Bernardo Barranco V. es sociólogo y especialista en religión.


Algunas direcciones electrónicas sobre temas de la Compañía de Jesús

Queridos amigos y amigas:
Les mando dos direcciones que me parecen interesantes en torno a temas de la Compañía, por si alguno tiene curiosidad o interés...
les envío un abrazo cariñoso...

http://www.sjweb.info/arsi/ARSI-1814/1814.cfm

http://www.sjweb.info/resources/annuario/Yearbook/

Fernando

Carta del P. General, Adolfo Nicolás, sobre el 2° Centenario de la Restauración de la Compañía


 Conmemoración del segundo centenario de la Restauración de la Compañía de Jesús
 2013/17
A TODA LA COMPAÑÍA
Queridos hermanos y amigos en el Señor,
Hace ya casi dos años, el día 1 de enero de 2012, escribí a todos los superiores pidiéndoles que comenzaran la preparación de la conmemoración, el año 2014, del segundo centenario de la Restauración de la Compañía de Jesús. Con la presente carta deseo invitarles a todos, jesuitas y colaboradores nuestros, a toda comunidad, obra apostólica, Región y Provincia de la Compañía a celebrar el 200 aniversario de la Restauración de la Compañía con humilde y sincero agradecimiento al Señor, con deseo de aprender de nuestra historia y viviéndolo como una ocasión de renovación espiritual y apostólica.
2014 va a ser un año importante para el estudio de nuestra historia como Compañía. En distintos lugares del mundo se han programado estudios académicos, publicaciones, conferencias y reuniones de estudio para impulsar un conocimiento más profundo y ayudar a entender mejor la compleja realidad de la Supresión y de la Restauración de la Compañía: sus causas, sus principales protagonistas y sus consecuencias. Estoy muy agradecido por el trabajo que se ha hecho hasta ahora, y espero que un esfuerzo tan importante de investigación y de estudio de la historia prosiga también después de 2014. Como bien sabemos, memoria e identidad están ligadas por profundos vínculos: el que olvida su pasado no sabe quién es. Cuanto mejor conozcamos nuestra historia y cuanto más profundamente la comprendamos, mejor nos entenderemos a nosotros mismos y mejor conoceremos nuestra identidad como cuerpo apostólico en la Iglesia.
Deseo también que durante 2014 nuestra oración personal y comunitaria, por medio de la reflexión y el discernimiento, den profundidad al estudio de la historia. Pienso que el mejor modo de entrar espiritualmente en este año tan especial - 200 aniversario de la Bula Pontificia Sollicitudo omnium ecclesiarum, promulgada por el Papa Pío VII el 7 de agosto de 1814 – es buscar la gracia que san Ignacio nos propone en la Contemplación para alcanzar amor: pedir al Señor “cognoscimiento interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente reconosciendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad” (EE 233). En otras palabras, no sería deseable que nuestra atención quedara fijada sólo en el pasado. Desearíamos comprender y estimar mejor nuestro pasado para así seguir caminando hacia el futuro, en nuestra vida y nuestra misión de hoy, “con renovado impulso y fervor” (CG 35, Decreto 1).
Permitan que les proponga algunos temas que puedan ayudarles en su oración, reflexión y discernimiento durante el año próximo.
1. Fidelidad creativa: ¿Qué significa para nosotros hoy el hecho de que la Compañía, si exceptuamos el Imperio Ruso, lo perdiera todo durante la Supresión y que fuera capaz de comenzar de nuevo cuando carecía de recurso alguno? Más aún, ¿qué podemos aprender de los esfuerzos de la Compañía restaurada por ser fiel al legado de Ignacio en unas circunstancias tan diferentes?
2. Amor a nuestro Instituto: Según la importante carta titulada Por amor a nuestra Compañía y a nuestro Instituto (1830), escrita por una de las figuras más significativas de la Compañía restaurada, el P. General Jan Roothaan, una tentación que podía amenazar a algunos miembros de la Compañía restaurada era amarla, podríamos decir, de modo externo y superficial: valorando la riqueza que suponía tener muchas instituciones, sintiendo el honor de ver que otros les estimaban, el orgullo de ser de nuevo poderosos e influyentes. En dirección opuesta, el P. Roothaan procuraba impulsar el amor hacia la realidad interior de la Compañía: hacia su Instituto, sus valores espirituales, hacia un modo de proceder enraizado en los Ejercicios Espirituales. ¿Qué significado tiene para nosotros, en el día de hoy, esta llamada de atención a centrarnos sobre todo en el conocimiento y amor de nuestro Instituto?
3. Relación fraternal: Otra de las figuras importantes de este período fue San José Pignatelli, que, en aquellos difíciles tiempos en que vivían expulsados y sin techo, supo infundir unión, fortaleza y ánimo en sus hermanos. Alentó, en medio de la supresión, la comunicación, la amistad y la esperanza entre los antiguos compañeros. En estos días, ¿no dice algo a nosotros, llamados por la CG 35 a vivir la “comunidad como misión”, el testimonio de aquellos hombres, que en tiempos de crisis se desvelaban por sus hermanos?
4. Misión universal: Uno de los rasgos de la Compañía restaurada era su notable actividad y su espíritu misionero. Ya en el generalato del P. Roothaan, de los 5.209 miembros de la Compañía, el 19% trabajaba fuera de las provincias en que habían entrado. Muchas de las provincias de Asia, África, América y Australia tienen su origen en estos años de la Compañía restaurada. ¿Qué significado puede tener hoy para nosotros este fuerte sentido de misión universal de la Compañía recién restaurada?
5. Fe en la Providencia: Los que nos precedieron en la Compañía vivieron tiempos que eran todo un reto: la Supresión, la precaria existencia de la Compañía en el Imperio Ruso; el reconocimiento de la Compañía a nivel sólo local, hasta que no llegó su Restauración universal en 1814; los difíciles y frágiles comienzos de la Compañía restaurada. ¿Qué podemos aprender de la paciente resistencia que tuvieron nuestros hermanos durante aquel turbulento período, de su fortaleza, de la fe y la confianza que mostraron en la Providencia de Dios y en la presencia del Espíritu en la Iglesia?
Quiero repetir de nuevo lo que ya les pedí en mi anterior carta sobre el año 2014: que nuestra conmemoración de la Restauración - que comienza oficialmente el día 3 de enero, fiesta del Sacratísimo Nombre de Jesús, y concluye el día 27 de septiembre, aniversario de la confirmación de la Compañía en 1540 - evite cualquier señal de triunfalismo o de orgullo. Espero sin embargo que, aun sencilla y modestamente, todas las comunidades, regiones y provincias de la Compañía hagan un esfuerzo por conmemorar este aniversario de modo memorable y lleno de significado a nivel personal y comunitario.
Contemplando este hito de nuestra historia como Compañía, demos humildemente gracias a Dios porque nuestra mínima Compañía sigue existiendo: porque nosotros mismos, miembros de la Compañía, seguimos encontrando en la espiritualidad de San Ignacio un camino hacia Dios; porque seguimos creciendo gracias al apoyo y el estímulo de nuestros hermanos en comunidad, porque experimentamos aún el privilegio y el gozo de servir a la Iglesia y al mundo, especialmente a los más necesitados, por medio de nuestros ministerios. Pido a Dios que la conmemoración agradecida de este 200 aniversario de la restauración de la Compañía sea bendecida por una más profunda asimilación de nuestro modo de vida y por el compromiso cada más creativo, generoso y alegre de entregar nuestras vidas al servicio de la mayor gloria de Dios. Fraternalmente en el Señor,

Entrevista al P. General, a propósito de una misa del Papa celebrada en la Curia:
¿Nos puede decir algo sobre cómo puede influir todo esto en la celebración del segundo Centenario de la restauración de la Compañía?

Puedo decir con toda verdad que éste es el estilo de la celebración. Queremos que sea un año de estudio y de reflexión. Todas las crisis de la historia encierran una sabiduría oculta que hace falta desentrañar. Para nosotros, jesuitas, esta es la conmemoración de nuestra más grande crisis. Es, por lo tanto, importante que por encima o por debajo de los acontecimientos sepamos aprender, descubrir lo bueno y lo malo de nuestro proceder, para reavivar esos grandes deseos de que hablaba el Papa y continuar el trabajo de Evangelización afinando nuestra fraternidad y profundizando el amor.

Homilía de la Candelaria, 2 de febrero del 2014

UIA-P.
Presentación del Señor en el Templo.
Febrero 2 del 2014
Hoy celebramos una de las fiestas más populares de nuestro país: une a los amigos en torno a la mesa y la alegría, la sorpresa; con gusto se ofrece la comida; hay gozo en dar, en el encuentro. Pero, más allá de eso, ¿qué es lo que celebramos verdaderamente?
En el fondo, quizá el misterio más fundamental del cristianismo: que, en Jesús, Dios se ha hecho verdaderamente hombre, y con eso ha entrado la salvación de todo el género humano a la historia.
El rito es muy sencillo; es un rito de purificación, por un lado, y de donación por el otro, de ofrecimiento: en la tradición judía, se nace bajo la ley del pecado, y por eso, a los 40 días, hay que ir al templo para “purificarse”. Con el rito, la Madre queda purificada; vuelve a participar de la alianza de Dios con su pueblo. Pero también, el rito implica ofrecer al hijo: reconocer que de Dios se viene y a Él se va; y que en ese rito se recibe la “misión” que Dios tiene reservada para cada uno de los creyentes.
Jesús entra en la historia sin ningún privilegio: “se hizo uno de nosotros”; pero en ese hecho tan cotidiano, el Espíritu revela la identidad del niño a través de Simeón; pero también se le revela un futuro realmente trágico. Por un lado señala que será el “mesías”; pero por el otro, no el tipo de mesías que esperaba el pueblo de Israel. Ciertamente uno que va a remover las estructuras, como Simeón profetiza;, pero no desde el poder y el triunfo, sino desde la entrega y la muerte: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción.” Y en esa contradicción, también será arrastrada María: “una espada te atravesará el alma”, le profetiza Simeón.
Entonces, ¿cuál es el sentido profundo de esta fiesta? La clave la tenemos en la 2ª lectura tomada de la carta a los Hebreos, uno de los textos más iluminadores del Nuevo Testamento.
El cumplir el rito como cualquier otro judío, era una prueba más de la verdadera humanidad de Jesús y de la forma de salvación que en Él se anunciaba. Jesús –como dice hebreos- “quiso ser de nuestra misma sangre”; “tuvo que  hacerse semejante a sus hermanos en todo”. Sólo así pudo ser realmente mediador entre Dios y los hombres: si no fuera totalmente Dios y totalmente hombre, entonces su mediación no tendría los alcances para salvar a la humanidad.
Con una argumentación densa, pero totalmente real, Hebreos plantea la salvación de la siguiente forma: realmente el único enemigo del hombre era el diablo, entendido como centro de todo el mal. Y éste, mediante el miedo a la muerte, tenía esclavizados a todos los hombres de por vida. Jesús, entonces, al ser de nuestra misma carne (por su encarnación), con su muerte destruye el poder del diablo; la muerte de Jesús quita el miedo a la muerte; y con eso le quita el arma con la que el diablo tenía sometida a la humanidad; pues al resucitar, Jesús pasa por la muerte y demuestra que ella ya no tiene poder sobre los hombres. La muerte ya no es la destrucción total del ser humano, sino el paso para llegar a la plenitud de la vida en la Resurrección de Jesús. Ya no hay razón para temerle ni para estar sujetado por ese miedo.
Así, el ser humano, al perder el miedo a la muerte, deja de ser esclavo del diablo. Aunque el seguimiento de Jesús implique renuncias y muerte, sin embargo, para el creyente, no hay nada que temer. Ahora es libre, pues sabe que hay un más allá de la muerte testificado en la resurrección de Jesús.
Pero hay algo más. Hebreos señala que, Jesús, “al haber sido probado por medio del sufrimiento, puede ahora ayudar a los que están sometidos a la prueba”. Realmente nuestro Dios es creíble, porque en Jesús pudo experimentar el dolor de la humanidad. Por eso se convirtió en verdadero mediador de la humanidad. Jesús es verdaderamente un mediador “misericordioso” y “fiel”.
Esto es justo lo que está viviendo el Sr. Obispo de Apatzingán, Don Miguel Patiño. Ha perdido el miedo a la muerte y por eso puede hablar, denunciar, defender a su pueblo. Señala:
“Les pedimos al los políticos, al gobierno y al Secretario de Gobernación que den a los pueblos de nuestra región signos claros de que  en realidad quieren parar a la “máquina que asesina”. La gente espera una acción más eficaz del Estado en contra de los que están provocando este caos.
Al pueblo de Dios que peregrina en nuestra diócesis los exhortamos a no perder la esperanza, Dios está con nosotros y no nos deja solos en los momentos de peligro. Sigamos orando más fervientemente por la paz, con la que confianza de que María, Reina de la Paz, intercede por nosotros”.
Que esta fiesta de la Candelaria nos haga recorrer el camino de Jesús para convertirnos también en promotores de su liberación.